15.9.09

Capítulo 17: Profeta en tierra ajena



Amanda detestaba la música de cuarteto, y como el CD de Rodrigo estaba más a mano, el chileno la torturó con ese ritmo durante tres horas. Más tarde creyó conveniente un cambio de pilas y el volumen se subió al máximo por lo que la mujer entró en un trance parecido a un ataque de epilepsia. “Esta chanfliadura se arregla con un par de chirlos, po”, y aprovechó para manifestar sus más bajos instintos: intentó quitarle la ropa para someterla a castigos aprendidos en sus años de cadete del cuerpo de carabineros. Amanda pataleó y movió la cabeza con violencia por unos segundos, luego se desmayó facilitándole el trabajo, pero lo detuvo un grito parecido al de Gatita. Le acomodó el corpiño y le cerró como pudo el escote, pues los pechos voluminosos de la mujer pugnaban por escaparle al sostén como un par de pomelos que empujan la costura de la bolsa. Solamente atinó a subirla al sillón y el discman se desprendió de sus oídos y recién entonces entendió los motivos del ataque. Seguro de haberle reventado los tímpanos intentó reanimarla con pequeñas cachetadas y soplidos en la cara. Cuando volvió en sí, Amanda le dio un cabezazo que lo tumbó de espaldas y quedaron los dos desmayados.

Quince minutos después, el chileno Erwin se lavó la cara y salió a dar una vuelta por el campo. Había llovido y corría un aire fresco. Pensó en volver a apagar el aire acondicionado y abrir las ventanas para cambiar el aire enrarecido de la habitación de la cautiva, pero lo detuvo un auto que vio en la tranquera. Corrió a la casa y buscó la escopeta. “¿A quién busca, amigo?”, dijo en tono amistoso, con la escopeta volcada al hombro para no levantar sospecha. Toronowitz se sorprendió y explicó “A nadie, señor, a nadie, solamente hice una parada para ir al baño, estos diuréticos no le permiten a uno viajar tranquilo...”, mintió, “¿Y usted, está cazando, hay perdices en el campo?”

—Sí, perdices hay, pero también hay intrusos que viene a arruinar la finca, por esos estoy con la escopeta. Usted imagínese, yo vengo de Chile, arriendo un campo, y la gente se mete a hacer daño, unos metros más allá me han volteado toda la caña, y yo después de la zafra pienso dedicarme al arándano que cuesta un fortuna la siembra...

—Ah..., lástima amigo, no lo entretengo más, pero... ¿No me deja pasar a lavarme las manos?- El Toro quería averiguar un poco más sin levantar sospecha, pero Erwin tampoco quería dejarlo pasar.

—No señor, usted quédese aquí que le traigo un poco de agua, no vaya a ser que alguno le robe el auto.

Y el Toro lo dejó ir, apenado por no sacarle más al amable campesino, pero luego recordó que en el informe de la policía la casa figuraba como deshabitada. Erwin sintió en sus espaldas el peso de la mirada de su interlocutor, y un chasquido de fastidio. A lo lejos una bandada de loros revoloteaba una chacra y, entre los graznidos, reconoció otra vez el grito parecido al de Gatita. Empuñó la escopeta, se dio la vuelta hacia la tranquera y recibió un balazo en el pecho. En el suelo, Toronowitz le dio el tiro de gracia.

El subcomisario Gómez iba en camino cuando la operadora central de la brigada le avisó que un custodio del gobernador había encontrado a Amanda y había matado a sus secuestradores: “¡La gran puta madre que los parió!”, manifestó el policía golpeando con furia el tablero del auto. “Mire m´hija, no me diga que los encontraron en Santa Lucía. Cambio”. “Cerca señor, en el cruce de las rutas 324 y 307, una zona llamada Cruce de Zavalía, sobre la 324 si va por Famaillá. Cambio”

—A la izquierda antes de llegar al cruce. Cambio—, anticipó Gómez

—Sí, señor, ahí mismo, ya hay un móvil de Acheral en el lugar.

­— ¡La gran puta madre que los parió!—, repitió el policía, —es el lugar en donde apareció ese puto círculo la semana pasada, es adonde íbamos nosotros, Ramírez...

—Y si no me equivoco, señor, es donde aparecieron los muertos por el Chupacabras ...

—¡Dejate de pelotudeces, Ramírez!— Y recordó los conocimientos extras de su oficial ayudante —¿Cómo es eso?

—La gente común, jefe, cree en el Chupacabras, pero ahora que sé que vamos a ver un crop circle supongo que esos cinco muertos a principio de mes están relacionados con los ovnis, lo raro es que Gatita tenga algo que ver...

—Lo que pasa es que no existe el crimen perfecto, y tampoco existe el policía perfecto, por eso vamos nosotros en camino a quedar como boludos en la escena del crimen. Tuvo que venir un puto judío de la Mossad a escupirnos el asado en nuestras narices para que todo el mundo se cague en la Policía de Tucumán, y sin un carajo de información resuelve el caso...

—Lo resolvió de puro pedo, jefe...

—Puro pedo, puro pedo, ¡mirá quién habla! El investigador de Discovery Channel, el boludo que busca a los choros en las páginas amarillas... A ver, Sherlock, ¿Porqué mierda llegó primero que nosotros?

—Porque él buscaba una solución del problema de los judíos muertos en el lugar. Seguramente averiguó la procedencia de los cadáveres, porque uno solo era del lugar. No se perdió nadie con esas características en todo el país, y eso que hay un negro entre ellos...

—¿Un negro, dijiste? ¿Acaso hay judíos negros?

—Son raros pero sí, los hay. Hay tribus en Sudáfrica que profesan el credo judío, y son bastante ortodoxos. Pero yo no descartaría totalmente el tema del Chupacabras, porque los cadáveres aparecieron con muy poca sangre...

—¿Y cómo mierda sabés vos todo esto?

—Usted lo dijo jefe: soy un apasionado de lo extraño, un investigador de Discovery Channel, nada más que sin tanto truco de televisión. Soy soltero, me encanta la tele, no tengo que matarme con los adicionales y me gusta investigar por mi cuenta.

—¿Un consejo?: No te hagás tan alcahuete de esta profesión, porque no vas a ascender nunca. Sólo los cretinos llegan al alto mando...

—¿Por eso usted se quedó como subcomisario?

Gómez no respondió, mejor dicho respondió con una mueca cómplice y luego le espetó: “Y acelerá un poco que a este paso vamos a llegar mañana”.