15.9.09

Capítulo 17: Profeta en tierra ajena



Amanda detestaba la música de cuarteto, y como el CD de Rodrigo estaba más a mano, el chileno la torturó con ese ritmo durante tres horas. Más tarde creyó conveniente un cambio de pilas y el volumen se subió al máximo por lo que la mujer entró en un trance parecido a un ataque de epilepsia. “Esta chanfliadura se arregla con un par de chirlos, po”, y aprovechó para manifestar sus más bajos instintos: intentó quitarle la ropa para someterla a castigos aprendidos en sus años de cadete del cuerpo de carabineros. Amanda pataleó y movió la cabeza con violencia por unos segundos, luego se desmayó facilitándole el trabajo, pero lo detuvo un grito parecido al de Gatita. Le acomodó el corpiño y le cerró como pudo el escote, pues los pechos voluminosos de la mujer pugnaban por escaparle al sostén como un par de pomelos que empujan la costura de la bolsa. Solamente atinó a subirla al sillón y el discman se desprendió de sus oídos y recién entonces entendió los motivos del ataque. Seguro de haberle reventado los tímpanos intentó reanimarla con pequeñas cachetadas y soplidos en la cara. Cuando volvió en sí, Amanda le dio un cabezazo que lo tumbó de espaldas y quedaron los dos desmayados.

Quince minutos después, el chileno Erwin se lavó la cara y salió a dar una vuelta por el campo. Había llovido y corría un aire fresco. Pensó en volver a apagar el aire acondicionado y abrir las ventanas para cambiar el aire enrarecido de la habitación de la cautiva, pero lo detuvo un auto que vio en la tranquera. Corrió a la casa y buscó la escopeta. “¿A quién busca, amigo?”, dijo en tono amistoso, con la escopeta volcada al hombro para no levantar sospecha. Toronowitz se sorprendió y explicó “A nadie, señor, a nadie, solamente hice una parada para ir al baño, estos diuréticos no le permiten a uno viajar tranquilo...”, mintió, “¿Y usted, está cazando, hay perdices en el campo?”

—Sí, perdices hay, pero también hay intrusos que viene a arruinar la finca, por esos estoy con la escopeta. Usted imagínese, yo vengo de Chile, arriendo un campo, y la gente se mete a hacer daño, unos metros más allá me han volteado toda la caña, y yo después de la zafra pienso dedicarme al arándano que cuesta un fortuna la siembra...

—Ah..., lástima amigo, no lo entretengo más, pero... ¿No me deja pasar a lavarme las manos?- El Toro quería averiguar un poco más sin levantar sospecha, pero Erwin tampoco quería dejarlo pasar.

—No señor, usted quédese aquí que le traigo un poco de agua, no vaya a ser que alguno le robe el auto.

Y el Toro lo dejó ir, apenado por no sacarle más al amable campesino, pero luego recordó que en el informe de la policía la casa figuraba como deshabitada. Erwin sintió en sus espaldas el peso de la mirada de su interlocutor, y un chasquido de fastidio. A lo lejos una bandada de loros revoloteaba una chacra y, entre los graznidos, reconoció otra vez el grito parecido al de Gatita. Empuñó la escopeta, se dio la vuelta hacia la tranquera y recibió un balazo en el pecho. En el suelo, Toronowitz le dio el tiro de gracia.

El subcomisario Gómez iba en camino cuando la operadora central de la brigada le avisó que un custodio del gobernador había encontrado a Amanda y había matado a sus secuestradores: “¡La gran puta madre que los parió!”, manifestó el policía golpeando con furia el tablero del auto. “Mire m´hija, no me diga que los encontraron en Santa Lucía. Cambio”. “Cerca señor, en el cruce de las rutas 324 y 307, una zona llamada Cruce de Zavalía, sobre la 324 si va por Famaillá. Cambio”

—A la izquierda antes de llegar al cruce. Cambio—, anticipó Gómez

—Sí, señor, ahí mismo, ya hay un móvil de Acheral en el lugar.

­— ¡La gran puta madre que los parió!—, repitió el policía, —es el lugar en donde apareció ese puto círculo la semana pasada, es adonde íbamos nosotros, Ramírez...

—Y si no me equivoco, señor, es donde aparecieron los muertos por el Chupacabras ...

—¡Dejate de pelotudeces, Ramírez!— Y recordó los conocimientos extras de su oficial ayudante —¿Cómo es eso?

—La gente común, jefe, cree en el Chupacabras, pero ahora que sé que vamos a ver un crop circle supongo que esos cinco muertos a principio de mes están relacionados con los ovnis, lo raro es que Gatita tenga algo que ver...

—Lo que pasa es que no existe el crimen perfecto, y tampoco existe el policía perfecto, por eso vamos nosotros en camino a quedar como boludos en la escena del crimen. Tuvo que venir un puto judío de la Mossad a escupirnos el asado en nuestras narices para que todo el mundo se cague en la Policía de Tucumán, y sin un carajo de información resuelve el caso...

—Lo resolvió de puro pedo, jefe...

—Puro pedo, puro pedo, ¡mirá quién habla! El investigador de Discovery Channel, el boludo que busca a los choros en las páginas amarillas... A ver, Sherlock, ¿Porqué mierda llegó primero que nosotros?

—Porque él buscaba una solución del problema de los judíos muertos en el lugar. Seguramente averiguó la procedencia de los cadáveres, porque uno solo era del lugar. No se perdió nadie con esas características en todo el país, y eso que hay un negro entre ellos...

—¿Un negro, dijiste? ¿Acaso hay judíos negros?

—Son raros pero sí, los hay. Hay tribus en Sudáfrica que profesan el credo judío, y son bastante ortodoxos. Pero yo no descartaría totalmente el tema del Chupacabras, porque los cadáveres aparecieron con muy poca sangre...

—¿Y cómo mierda sabés vos todo esto?

—Usted lo dijo jefe: soy un apasionado de lo extraño, un investigador de Discovery Channel, nada más que sin tanto truco de televisión. Soy soltero, me encanta la tele, no tengo que matarme con los adicionales y me gusta investigar por mi cuenta.

—¿Un consejo?: No te hagás tan alcahuete de esta profesión, porque no vas a ascender nunca. Sólo los cretinos llegan al alto mando...

—¿Por eso usted se quedó como subcomisario?

Gómez no respondió, mejor dicho respondió con una mueca cómplice y luego le espetó: “Y acelerá un poco que a este paso vamos a llegar mañana”.


14.8.09

Capítulo 16: Bienvenida sijosesista




Apenas el Cessna alquilado en Dublín pisó la pista del Benjamín Matienzo los funcionarios alperovichistas contuvieron la respiración y buscaron señales que delataran el estado de ánimo del Gobernador. El Vice a cargo del gobierno mostraba tranquilidad en el semblante y repasaba la vestimenta de todos, pues los había obligado a ir de elegante sport, nada de trajes y corbata, pero le tuvo que pedir a un secretario de hacienda que se retirara, porque lucía bastante ridículo con bermudas de joggin, medias de vestir y zapatos charolados. Pidió a todo el mundo que luciera sonriente: “Te podés mandar cualquiera, pero José no te putea si te mostrás simpático”, comentaba el Coordinador de Municipios y Comunas, y le hacía señas a los activistas de Barrios de Pie para que agitaran las pancartas de bienvenida preparadas para el viajero. La Batucada Santo Campeón estaba en el lugar por el sánguche y la coca: “No hacía falta que se molestara, compañero, usted sabe que nosotros respondemos a las órdenes del compañero Rubén Ale”, decía el bastonero mientras recibía las dádivas de un legislador. Mauro Castagneri le pasó una hoja al improvisado coro de mujeres con rimas de su creación, graciosas pero imposibles de cantar: “Ajuste, tire, apriete/ ya se siente/ José Aperovich 2007” o “Vengo a alentarte otra vez/ Vengo a ofrecer mi corazón/ porque quiero otro gobierno de José/ vengo a votar la reelección”. Pero lo más gracioso es que nadie se animaba a decirle que cantarían otra cosa y le pedían: “Usted jefe marque el ritmo que nosotros lo seguimos...” Por supuesto los cánticos fueron los tradicionales y la batucada desapareció sorpresivamente en el medio de la fiesta, pues habían recibido una alerta de radio acerca del robo a un cinco estrellas en Alderetes, y el Five Stars Bondy sacó de la escena el fragor de los tambores, dejando a las copleras de Barrios de Pie con su disfonía a capella.
El primero en descender del avión fue Toronowitz y de un solo vistazo encontró a los suyos estratégicamente ubicados, señaló a Moisés y éste le levantó el pulgar para permitir el descenso de la familia gubernamental. Por lógica, el gobernador bajó al último y abrió los brazos en la escalinata para saludar a la multitud. La ovación no fue la esperada por lo que mantuvo los brazos en alto y empezó a agitarlos, mientras dibujaba su sonrisa ganadora. Entonces sí el murmullo se hizo superior y creyó escuchar loas a su persona, pero en realidad el griterío estaba dirigido a su esposa, que en lugar de ir hacia el interior del aeropuerto, se acercó al vallado para saludar a la multitud, y él siguió sus pasos atraído por el cariño de aquellos mercenarios de la admiración. Su nieto mayor hizo una mueca de fastidio y le lanzó: “A ver ‘Tátele’ si la cortamos un poquito con eso de creerte famoso”. Lejos de avergonzarse, el gobernador tomó al chico de la mano y lo arrastró hacia donde estaba su abuela para hacerlo sentir un poco el gusto de la fama, y para que diera un par de abrazos “estilo K”.
En el Salón VIP se preparó una recepción para 200 personas, pero Alperovich separó a sus 12 discípulos para darles el levante del siglo por no avisarle nada del secuestro de la esposa de Ferreyra. Los más perjudicados fueron Castagneri y Mansilla: el primero por utilizar el e-mail para mandarle los informes que acostumbraba a recibir por teléfono en sus vacaciones, y el segundo por mantener “esa sonrisa pelotuda en la cara, ¿qué te pasa, boludo, te estás cagando de risa de mí? Yo puteando a medio mundo y vos me mirás con esa cara de gil”. Y al ver que no reaccionaba lo recriminó con dureza “En serio te lo digo: ¿podés ponerte serio, boludo, que te estoy puteando?...”
Alperovich mandó a su familia con una custodia y entró, en zapatillas, a la Casa de Gobierno suscitando más de un comentario entre la guardia policial y un grupo de excombatientes de Malvinas que venía a hacerle un planteamiento: “Elijan 2 representantes que los recibo ahora”, dijo y subió las escalinatas de tres en tres. Le pidió al Toro que permaneciera todo el tiempo a su derecha, y su amigo se quedó inmóvil y en silencio durante toda la conversación como si fuera un granadero de la Casa Rosada. Se moría de ganas de “mandar a la mierda a ese grupo de vagos que no habían dado nada por su patria, ni por causa alguna, soldados rasos que quedaron haciendo apoyo logístico en el continente, imbéciles apenas instruidos que no sabían ni lavarse las patas”. Se alegró cuando Alperovich les preguntó, por pura curiosidad, si ellos estaban dispuestos a entregar su vida por la patria, “ahora”, y sólo uno de ellos respondió afirmativamente, los otros dos asentían como adhiriendo a los dichos de su compañero, y ambos sabían que el silencio, en este caso, significaba un “no”, por más que asintieran. “Si fueran patriotas de verdad hubiesen dejado los pulmones en un grito a coro”, comentaría Toro después. Sin embargo el gobernador les hizo un par de promesas y los despidió con abrazos y besos.
–No aguanto a los culos sucios, Torito, por eso estás vos aquí, querido, porque quiero que te hagás cargo personalmente del caso Ferreyra, sé que vas a sacarme de este quilombo más rápido que nadie. ¿Sabés qué extraño?, la actitud de los tucumanos cuando gobernaba Bussi. El viejo ese puede haber sido todo lo gorila que vos quieras, pero ponía blanco sobre negro. Y si elegía el negro lo defendía a muerte.
–Es que vos también Joshua sos muy caprichoso y jodido...
–¿Y ahora qué?, ¿vos también me vas a criticar?. ¿Porqué no le pedís a Llaryora que te contrate?
–Ya te estás yendo al carajo, y no tiene sentido que sigamos discutiendo sobre el tema...– Toro tenía la habilidad de la dialéctica. En su entrenamiento como agente de la Mossad había aprendido muchas cosas, desde buenos modales hasta los métodos más efectivos de tortura. Y sabía que usando las palabras adecuadas podía conseguir lo que quisiera del otro, y en estos momentos deseaba que los lazos de amistad con su amigo Joshua no se estropearan, por lo que mostró cierto interés por la propuesta que le acababa de hacer: –Pero ya que hablaste de Bussi, ¿No eran él y Ferreyra grandes amigos?
–¡Sí!– respondió Alperovich contento de que el Toro se interesara de sus asuntos. –Eran compinches durante la dictadura, trabajaban codo a codo. Yo era chico por esos años, pero mi viejo los conoció bien, porque lo cocinaban a mangazos, creo que en realidad lo tenían en la mira, por eso lo tenían de cadete al pobre viejo. Pero... ¿vos creés que puede haber alguna conexión?
–No, lo que pasa es que me resultó extraño que admiraras a tu enemigo...
–No lo admiro, simplemente me parece que tuvo una forma bastante personalista de gobernar. Mano dura, como pide todo el mundo hasta que esa mano les cae encima... Hablando de mano dura, y cambiando totalmente de tema: hay una pelea la semana que viene entre Pucheta, el bombardero del Mercofrut y un “paquete” mejicano, ¿vamos a ir a verla?, de paso recordamos viejos tiempos...
–Mirá José, te agradezco el cumplido, la invitación al boxeo, pero no te olvides que yo estoy aquí cumpliendo una misión que es básicamente protegerte de cualquier amenaza, y no creo que ese quilombo de secuestros y accidentes tenga algo que ver con vos...
–¡Pero hay gente que cree que sí tengo que ver!, pusilánimes que ven en cada acto de gobierno una amenaza para sus ansias de poder. Lo que pasa es que no entienden que este es mi momento, no soportan que la gente me quiera. Me llaman advenidizo, vendido, falso profeta, embustero, empavurador, pero eso a mi no me quita el sueño. Lo que realmente me preocupa es que después todo se magnifique y me manden en cana por cualquier cosa. Acordate que las bolas de nieve empiezan siempre con un cubito de hielo que se le dio por rodar...
–Está bien, te voy a ayudar. Pero acordate que tengo prioridades: cinco personas murieron en Santa Lucía hace diez días y no tenemos más respuesta que un puto crop circle a metros del lugar...
–¿Crop circle?
–Sí, esos círculos en las plantaciones...
–Ya sé lo que es un crop circle, lo que me resulta extraño es que aparezca uno en Tucumán...
–No debería parecerte raro, ¿o acaso ya te olvidaste de Oklahoma en el ‘87? Esa vez se dio al revés, en el medio de cinco círculos apareció un judío muerto.
Alperovich se quedó pensando, repasaba mentalmente el encuentro con los 12 en el aeropuerto y recordó los nervios del más grande de los sijosesistas: Sergio Mansilla, con esa sonrisa estúpida. Y calculó que debería estar temeroso de que le echaran la culpa del suceso que Toro le acababa de relatar. “Pobre”, pensó “mañana le pido disculpas por el calor que lo hice pasar puteándolo delante de todo el mundo”
–¿Y cómo estaban los cadáveres? – preguntó el gobernador
–No te dije nada de los cadáveres. ¿Cómo supiste que había algo extraño con los muertos?
–Primero, querido Watson, porque las muertes extrañas dejan cadáveres extraños. Segundo porque en Santa Lucía no debe haber muchos judíos, seguramente no hay ninguno y tercero porque no te hubieses preocupado por el tema si las muertes hubieran sido normales.
­–¡Ahí te agarré!, no eran todos judíos, pero eran cinco varones de edad media, circuncisos. Probablemente estaban operados por alguna enfermedad...
–¡O eran actores porno!
–¡José!... – le recriminó Toro.
Alperovich no lograba parar de reírse de su ocurrencia pero le pidió, entre toses, a su interlocutor que continuara con el relato.
–... Solamente uno de ellos era de la zona, de Isla San José, los otros...
–¡Ya sé, de los cuatro puntos cardinales de la provincia!
–No, ahí te quedaste corto, de los cuatro puntos cardinales del continente...
Toro empezaba a disfrutar del interés de Alperovich, había caído en sus garras, y hacía largas las pausas en su relato a propósito, para hacerlo sufrir por atreverse a interrumpirlo, pero José bebía a sorbos el agua helada en una gran copa para servir vino y lo fulminaba con la mirada.
–...Uno desapareció en Mérida, Venezuela, a las nueve de la noche, salió a comprar cigarrillos y no volvió más. Otro en Río Grande, Tierra del Fuego, la última que lo vieron estaba jugando con sus perros pastores, eran las diez y cinco. El tercero desapareció en Reventazón, Perú cuando se fue a buscar agua para preparar la cena, es el único judío del grupo y el único que tiene heridas en el cuerpo: los estigmas de Cristo. Notaron su ausencia a las ocho de la tarde. El último es el único negro de todos, de Recife, Brasil y ahora te podés cagar de risa si querés porque anduviste cerca: era gigoló. Trabajaba en la prostitución y en este caso era circunciso debido a estrictas razones laborales.
–¿Y a qué hora desapareció?
–A las once de la noche hora local.
–O sea que, si mis cálculos no fallan, todos desaparecieron al mismo tiempo, por la diferencia horaria, digo...
–¡Exactamente!, pero lo sorprendente del caso es que, según los testigos, los muertos aparecieron al costado de la ruta a las diez y diez de la noche, a miles de kilómetros de distancia y con cinco minutos de diferencia...
–¿Y como sigue el asunto, Agente Molder? – dijo Alperovich, recuperando el buen humor a través de chistes a su amigo.
–El asunto, Agente Especial Sculli, continúa de la peor manera:– y Toro endureció el brazo para aguantar la cariñosa trompada de su amigo que había entendido la cargada –los cadáveres no presentan heridas, salvo el caso del peruano, pero contienen solamente el 10% de su sangre y hay evidencia de que la mayoría de los órganos vitales han sido extirpados por la boca. Los lugareños creen que se trata del chupacabras, aparecieron periodistas y ufólogos que sostienen la teoría de las abdicaciones extraterrestres...
–¿Y vos, qué creés?
­–Creo que hay un poco de todo: el laboratorio descubrió tejido con APV en...
–¡En el judío peruano!
–En todos José, en todos...
–¡Bendito sea Dios!, es la mejor noticia que recibo en años: APV dejó de ser un estigma exclusivo de los judíos y me libero de este dolor que me aprieta el pecho. ¡Tenemos que dar a conocer la noticia, Torito!
–No, Joshua. Son cadáveres. No sufrieron la enfermedad, ¿me entendés? Para mí es un mensaje para vos, para nosotros los judíos. Tucumán no es el centro de Sudamérica. El crop lo marca bien: apunta hacia el sudoeste. El círculo mayor es el continente y nosotros estamos ahí, ¿te das cuenta? Es la primera vez que el poder político está en manos de un judío, y por más que vos tengas buenas intenciones, cosas como ésta van a seguir pasando, hasta que algún loco de mierda descubra toda esta historia y decida que vos sos la porquería, el cáncer a extirpar. ¿Entendés hermano?, es duro decírtelo, pero tu nietito tiene razón: bajale un poco los decibeles a eso de sentirte el dueño del mundo. Sos el gobernador de la provincia más rara de la Argentina, en donde pasa de todo. Sos el primer gobernador judío del país, y eso no pasa en la Pampa Gringa, en donde somos una minoría decisiva. Tu vice gobernador es descendiente de sirios, y estás en un partido inspirado en el nazismo. Eso es lo raro, José. Que aparezcan muertos de todo el continente en tu provincia es una pavada al lado de esto...
Alperovich asintió con la cabeza y abrazó a su amigo con lágrimas en los ojos. Acababa de escuchar un par de verdades que no quería escuchar, y esta vez eran las palabras de un amigo entrañable, de un hermano, de la persona que más quería, fuera de su familia. No eran opiniones de sus discípulos “sijosesistas”, por eso no lo tachaba de frente, aunque a su entender merecía ser aplastado como una cucaracha. Mientras Toro se marchaba en silencio como escapándose de él, se sentó en el sillón de Lucas Córdoba y le pidió a su secretaria que lo comunicase con Sergio Mansilla: debía pedirle perdón cuanto antes por levantarlo en peso delante de todo el mundo. Pero mientras escuchaba la voz del colaborador en el teléfono recordaba la cara de estúpido que puso en el aeropuerto con la sonrisa pintada a lo Piñón Fijo, y le preguntó en un tono entre burlón y cariñoso: “¿Todavía seguís cagándote de risa de mí, boludito querido...?”

5.8.09

Capítulo 15: La metamorfosis




El entrenamiento en Santa Lucía era intenso, y el fláccido cuerpo de Gatita se convirtió en una semana en la firme figura del púgil Nacho “Manodura” Estrada. Bajó 9 kilos, logró que ningún decanito lo volteara y mandó a comprar un par de guantes nuevos, pues los que le había asignado Servando apestaban peor que el aliento de Cirilo Pausa, que hablaba bajito y lo obligaba a acercársele tumbándolo con el olor a burro de su boca. Pero aguantar el mal aliento de Cirilo era beneficioso pues le servía para pulir su pobre técnica aprendida en combates carcelarios, donde valía todo y los puñetazos en la ingle eran tan legales como los puntazos por la espalda. Almorzaban y cenaban copiosamente, pues Servando era además un gran cocinero, reconocido por sus servicios de catering en restaurantes de 5 tenedores, y porque la actividad física y el calor le habían hecho perder muchos kilos lo que hacía que la máxima categoría les quedara lejos. “Tenés que recuperar el peso, Nacho, así que comé bien, chango, y andate a dormir temprano sin café, alcohol ni fuqui-fuqui con la patrona”, recomendaba Ortiz, pero la sensación de saciedad lo ponían al borde de la bulimia, y quería irse a la cama sin mochilas que le impidan satisfacer las ansias de su cautiva.
Las noticias, además eran buenas: sus compinches ya estaban gozando de la libertad en Viña del Mar, aunque Venancio tuvo que ser internado una noche por pasarse con el sol y las cervezas, decía que no paraba de escuchar un zumbido y el dolor de nuca lo estaba matando. “Tiene la mosca”, sentenció Gatita, “decile que ya se le va a pasar, les pasa a muchos cuando dejan esas porquerías de anfetas tumberas, una solución muy buena para eso es meterle la cabeza en una cacerola y pegarle un cucharonazo bien fuerte, el eco lo va a dejar escuchando teléfono ocupado un rato pero la mosca no vuelve” y la recomendación para el Chuña Acosta era palabra santa, por lo que luego de cortar llevo al Vena hasta la cocina del hotel para hacerle la cura.
No volvió a comunicarse con Amado Ferreyra, y tenía sus razones, pues el último contacto había sido un contrapunto muy reñido y estaba dispuesto a escaparse con su madre, para lo que necesitaba el dinero del rescate, poniéndose él mismo ante un dilema. Aunque tenía además la promesa de alzarse con 30 mil dólares de la pelea con Pucheta, a quien deseaba ganarle el 13 de mayo, no era plata suficiente para pagar todos los gastos que le estaba ocasionando el secuestro de la mujer. Sabía que en el mismo momento en que Amanda se supiese viuda aflorarían rencores y remordimientos hacia su persona, por lo que internamente había decidido no liberarla. Quizás, cuando estuvieran en algún lugar lejano le permitiría hablar con su hijo para que le explicara las razones de su partida. Todavía estaba todo muy confuso, no quería entretenerse en otra cosa que no fuera el pago a la Chancha Ale de los 5 mil dólares adelantados por hacerse pasar por un boxeador mejicano en decadencia.

Amado Ferreyra había pedido licencia y se la concedieron con la condición que dejara la provincia, el arma y el teléfono celular. La Brigada, y sobre todo su padrino el subcomisario Gómez, no lo quería interfiriendo con la investigación del secuestro de su madre. Pero los que lo conocían sabían que esas eran sus intenciones. “Vos estás escondiendo algo, Amadito, has recibido una llamada nueva y no me lo has dicho, confía en mí carajo, si soy como tu padre...”, le rogaba Gómez.
–Lo único que sé Padrino, es que este hijo ´e puta se está encamando con mi vieja, por eso no llama, no nos da otra prueba de vida ni le interesa la guita, tiene miedo que Mamá se entere que el viejo esta muerto.
–Entonces...
–Entonces no la vamos a ver más, Padrino. Usted no pague un mango, porque esta rata va a llamar cuando ande sin un cobre. Hágase pasar por mí, péguele una buena puteada para que no sospeche y tiéndale una trampa...
–Hablando de trampas, no me contestaste nada acerca de la pintada en la pared– Amado hizo una mueca como no entendiendo de lo que le estaba hablando –¡La foto que te mandé con Ramírez...!
–¡Ah!, no sé que carajo puede ser, Ramírez hablaba un montón de boludeces, de ovnis y de otras giladas. Pero para mí, esa es una inscripción carcelaria...
–Tenés razón, debe ser un código de presos...
Amado le dejó el celular y la reglamentaria a su padrino quien le labró el acta correspondiente y antes de hacerlo firmar le preguntó hacia dónde iría:
–Me voy de putas a Las Termas, cualquier cosa buscame en el Hotel Dunas, pero te aseguro que a mi vieja no la vemos más.

2.8.09

Capítulo 14: Cessna Citation Bravo



Toronowitz pidió la devolución de los pasajes de la comitiva de seis que Alperovich había llevado a sus vacaciones. British Air devolvió el 100% de su valor porque la operación se deshizo con 48 horas de anticipación al vuelo. De esta manera, el espía contaba con un dinero que sirvió de seña para rentar un Cessna Citation Bravo para los siete, el resto lo cargó a cuenta de la Mossad, algo que levantó sospechas entre los 007 británicos y demoraron el vuelo Dublín–Buenos Aires 15 horas, creando un conflicto internacional del que Toro nunca se enteraría.
El Toro utilizó el viaje para afianzar su relación con los familiares del gobernador, haciendo gala de cada detalle cuidado por él mismo. Desde el café preferido de la primera dama provincial hasta las películas y chocolates elegidos para los chicos. El colmo fue descubierto por el propio gobernador, quien al ir al baño, ubicado en la parte posterior de la aeronave encontró en la ventanilla una calco que decía “Me lo vendió un amigo: León Alperovich”. “Toro sos un hijo de remil..., te fijás en todo, si me dan ganas de matarte... Vayan al baño de a uno y busquen el detalle que ha puesto el tío Toro para que nos sintamos en casa...”
Después el viaje se llenó de historias de amor, de chistes de gallegos, de turcos y de moishes, de películas de Francella y cosquillas en las plantas de los pies hasta la última escala en La Paz donde los obligaron a hacer aduana, aunque se tratara de una escala técnica. Pasa que el Jefe de Torre captó el mensaje del piloto, que repetía una y otra vez que necesitaban reabastecerse rápidamente porque llevaban al gobernador de la provincia argentina de Tucumán. La ironía llegó hasta un Mayor de la PM boliviana dispuesto a “demostrarle a ese tal Alperovich que Bolivia no es solamente Yacuiba y Pocitos”, porque el primer mandatario tucumano había declarado ante la prensa que el centro de San Miguel de Tucumán, con tantos vendedores ambulantes estaba horrible, que parecía Bolivia.
Estaban dispuestos a todo, incluso a detener al gobernador si es no cumplía con algún requisito de la PM, pero el Toro, al mostrar la credencial de la Mossad, pudo explicar mejor los motivos del viaje y disculparse con todos los bolivianos en nombre del gobernador. “Nosotros queremos que él se disculpe en persona”, argumentó el Mayor.
—Pero si ya se disculpó ante el cónsul en Tucumán— contestó el Toro
—Eso no apareció en el “Presencia”— dijo el Mayor mostrando la hoja arrancada del matutino boliviano.
—Enseguida se lo traigo al Excelentísimo, pero después no se quejen si utiliza este acto en su contra— amenazó con ironía, para amedrentarlos, pero los gendarmes no lo entendieron y asintieron ansiosos por despellejar al cretino que osó ofenderlos.
“Hermanos Bolivianos, mi casa es su casa, estoy arrepentido de haber juzgado tan mal a su amado país. Vengo de conversar con su presidente al que admiro y respeto, a quien todos los tucumanos admiramos y respetamos, y les repito lo mismo que le dije a él: cada boliviano en Tucumán es considerado un tucumano. Lo siento así, lo sentimos así cuando recorremos las quintas de Lules, cuando comemos las frutillas, los tomates, cuando buscamos un ramo de violetas para regalar, cuando viajamos en auto hacia el norte y pasamos por todas las plantaciones de Trancas, cuando buscamos alegría en las peñas. Estoy orgulloso de este país hermoso, pero reconozco que me equivoqué cuando el maldito periodismo de mala leche que tenemos en nuestra provincia me obligó a hacer una declaración desacertada que los involucró a ustedes indebidamente. Miren, si cuando he sido elegido gobernador yo decía: primero Tucumán, segundo Tucumán, tercero Tucumán. Ahora me dan ganas de decir, por la hermandad, por el cariño que nos une, por cada hoja de coca que ustedes cosechan y que sirven para que mi señora me prepare el tecito que tomo todas las noches antes de acostarme, por cada metro cúbico de gas que nos calienta en el invierno y le permite crecer a nuestras economías, por lo que más quiero: primero Tucumán, segundo Bolivia, tercero Tucumán. Porque somos iguales, fíjense bien: tenemos los mismos problemas, las mismas necesidades y las mismas ganas de crecer, yo, personalmente, me voy a ocupar de ahora en delante de poner cada día el ejemplo del sacrificio de su pueblo para que los tucumanos aprendan de ustedes, y les juro que no voy a descansar hasta ver los lazos que unen a la región atados con nudo ciego, en nombre de la amistad y de la unión fraterna. Miren, les doy otra primicia, cuando veníamos en el avión discutíamos con mi señora el tema de la bandera de Tucumán, que está suspendida porque tiene una cruz, que no representa a los verdaderos dueños de la tierra americana, que son los aborígenes, sino a sus usurpadores quinientos años atrás. Y estábamos pensando con ella una bandera que tenga como fondo la bandera de la dignidad inca, que contiene entre otros, los colores de la bandera de mi amada Bolivia”, dijo Alperovich en el discurso filmado por un gendarme. Acto seguido hizo un paso atrás para ponerse al lado de la bandera nacional boliviana, empuñó el paño y le dio un beso. Luego agregó, “Muchas gracias por su hospitalidad”
A la media hora todo el aeropuerto lo estaba despidiendo con pañuelos blancos, inclusive tendieron una alfombra roja hasta la escalinata de la aeronave por la que la comitiva desfiló dejando al gobernador al último. Comentan en los pasillos de la Casa de Gobierno que Toronowitz parecía un referí de box separando al gobernador que abrazaba a todo el mundo, los besaba y los invitaba a “sumarse a los hombres de bien que habitan el suelo tucumano”. Llegó al avión ofuscado y pidió una aspirina y un poco de aire fresco “para bajar un poquito de la gloria”, dijo “¡porque ya me siento gobernador del mundo, carajo!”

22.7.09

Capítulo 13: Fugas, evasiones y el misterio de la Virgen




Gómez dio una recorrida por el departamento y no encontró demasiados indicios. Estaba seguro de algo: dentro de la fuerza policial, y especialmente su división, había un infiltrado. Revisó los cuartos: las camas estaban destendidas y las sábanas por el suelo. En la cocina encontró a un agente tomando agua mineral y lo insultó por el atrevimiento. “¿No se da cuenta que eso que tiene usted en la mano es evidencia?”. “No señor, la compré en el kiosco de enfrente”. Gómez se disculpó con una seña y se acercó al anafe e hizo un descubrimiento que le heló la sangre: la pava estaba tan caliente que le quemó la palma de la mano cuando intentó tocarla: ¡Están en el edificio, pida refuerzos, que rodeen la manzana!”
En minutos el lugar estaba como a Gómez le gustaba, el azul de los uniformes y las balizas de los patrulleros tiñeron la tarde y tendieron sobre la ciudad un manto de incertidumbre. No tardaron en descubrir el boquete hacia la casa vecina y las puertas cerradas con cadena y candado. “¡Escaparon Jefe!” le avisaron por radio y Gómez estrelló el handy en el mismo piso que Gatita había roto su celular días atrás. Le molestaba tener que negociar la liberación de los presos. En los cursos que dictaba el FBI en Buenos Aires le enseñaron que con los secuestradores y terroristas no se negocia, pero este era un caso especial, se trataba de una amiga muy querida quien estaba secuestrada. Cuando Gómez conoció a Amanda quedó deslumbrado, era un joven oficial ayudante y se juró a sí mismo que si algún día contraía matrimonio sería con una mujer tan bella como la de su jefe. Sin embargo terminó casándose con la gorda más fea del barrio, enamorado de la palangana de agua tibia y los pastelitos de dulce de batata con los que la mujer lo esperaba luego de 24 horas de guardia. La palangana era una delicia para los pies cansados del encierro en los borceguíes y los pastelitos eran un alivio para un estómago deshecho de pizzas y Pepsi Cola. Además las enseñanzas del FBI no le sirvieron nunca de nada. “Lo único que tienen de bueno los yanquis son esos breake time con masitas y sanguchitos”, rezaba un comentario de Ferreyra que muy pronto alcanzó la categoría de anécdota policial. Resignado, llamó al director de Institutos Penales y le pidió la libertad de los presos. Como sabía que recibiría un no como respuesta, lo amenazó con ventilar un noviazgo clandestino con una oficial del servicio penitenciario. “Pero, usted sabe que eso no es verdad...”
—¡Dígaselo a su señora!
—Gómez, usted es un hijo de puta.
—¡Gracias señor!, sabía que usted entendería— Y esa misma tarde Alvaro Acosta y Venancio Amor salieron bajo fianza, sin saber que portaban sendos microchips localizadores injertados en la nuca, pues el Sistema Penitenciario y la Justicia ya tenían demasiado con la fuga del Pelusa Tolosa como para aguantar otro escándalo.

La banda de Gatita iba camino al sur, por la ruta 301 cuando, a la altura de Mercedes fue detenida por un control de la Policía Vial. El conductor tenía el carnet de manejo vencido, por lo que le labraron un acta y cambiaron de chofer, caso contrario el vehículo iba a ser secuestrado. Subsanado el inconveniente les permitieron seguir. Al oficial de turno le importaba más el número de actas confeccionadas que el prontuario de los infractores, y fue el único que vio a Gatita a cara lavada, sin disfraces. Le llamaba más la atención la mujer que le besaba el cuello y lo llenaba de cosquillas, mientras se hacía cargo del volante. “¡Basta mujer!, ¿no ves que es peligroso manejar de esta manera?, Por favor oficial, llámele la atención.” Y el oficial saludó con la venia: “Señora, por favor, colóquese el cinturón de seguridad y deje los amoríos para más tarde” Los cinco ocupantes de la Traffic se rieron de la amonestación y Gatita arrancó respondiendo la venia. El oficial sintió envidia por ese grupo díscolo, y recordó su debut sexual en unas vacaciones de mochileros en La Rioja, donde se enamoró de la prostituta más bella y joven del burdel, muy parecida a la mujer que mimaba al conductor de la camioneta con un calco gigante de Garfield en la luneta.
Llegaron a Santa Lucía a plena siesta, y en el gimnasio del club los esperaba Servando Ortiz y un grupo de grandotes malvestidos a quienes presentó como su equipo. Parecían más una banda sobrealimentada de cumbia villera que un staff deportivo. Las camisetas de Atlético que usaban como uniforme estaban gastadas, estiradas y lucían lamparones de aceite y mostaza, evidenciando bacanales de cerveza y sánguche de milanesa. Servando Ortiz entre los gigantes era un enanito de jardín. La chomba impecable con el logo del “Gimnasio Amado Juri” de Las Talitas, el peinado a la gomina y su chuequera de peso pluma contrastaban con sus espárrings pordioseros a los que Gatita bautizaría “Decanitos”. Pero la tarde les traería una sorpresa inesperada: el asesor técnico sería el mismísimo Cirilo Pausa, un Campeón Argentino venido a traficante de hojas de coca, portador de un acullico impresionante. Era, según Amanda, una escena de Los Locos Adams, pero le entusiasmaba la idea de ver a su secuestrador-amante entrenar para una pelea en serio, aunque luego no atestiguaría demasiado, pues la recluyeron en una finca de Zavalía con aire acondicionado y un freezer lleno de helados de agua. Volvieron las pastillas y las noches de sexo con Gatita se hicieron cada vez más salteadas, por lo que ella misma pidió que la ataran, la amordazaran y le pusieran los auriculares y así odiar un poco al hombre que se le estaba haciendo imprescindible.

Gómez buscó en Internet información acerca de los círculos misteriosos y comprobó que los dichos de Ramírez eran ciertos, incluso vio el documental de Discovery Channel recomendado por el oficial, luego de que éste le explicara el modo de “alquilarlo” a través de la televisión satelital. El tema era fascinante, pero no encontraba relación con el caso, por lo que decidió telefonear a uno de sus peritos. Revisó su agenda y le resultó curioso no encontrarlo, el sabía que lo tenía anotado, pero no recordaba dónde. Entonces empezó a pensar cuándo utilizó a un tal Álvaro por sus conocimientos en ufología, y la respuesta fue: nunca. Entonces recordó: lo había conocido en un programa de televisión, cuando se presentó un extraño caso de palanganas voladoras en Concepción, y el tipo analizaba seriamente las fotos de los receptáculos plásticos lloviendo del cielo mientras el piso a pleno contenía la carcajada. El programa era producido por Di Benedetto, por lo que lo telefoneó al instante. Di Benedetto se hizo negar, seguramente estaba enojado porque no le pagaron el peritaje anterior, entonces Gómez se encontró buscando un especialista en ovnis en las páginas amarillas.
No encontró nada al respecto y se rió de la ocurrencia “Las páginas amarillas”, se decía mientras meneaba la cabeza mirando la foto de la inscripción en la pared. Decidió que ya era demasiado tarde para seguir con los pensamientos y se fue a su casa en busca de la palangana de agua tibia y una comida decente para conciliar el sueño. “Palanganas voladoras”, pensó como encadenando pensamientos y volvió a reírse hasta que se dio cuenta de que estaba en la calle y podían burlarse de él por mantener el soliloquio de sus elucubraciones.
En su casa Gómez le hizo una caricia a su hijo que miraba un episodio de Harry Potter en DVD y el niño le contestó: “Mirá Papi, el reloj de la escuela de Harry se parece al frente de la iglesia de mi cole”. “Sí hijo, igual a un...¡crop circle!” y se dirigió a las corridas a la mesa del teléfono, en cuyo cajón la familia guardaba todas las facturas y cuentas pagadas.
—Pero, ¿qué buscás viejo?— lo inquirió su esposa temiendo que armara un gran desorden.
—Busco un folleto de la Parroquia de Fátima, tenía una foto del frente de la iglesia...
—Está en el cajón de tu mesa de luz
—¡Gracias mi amor!— y besó a su mujer con alegría. El caso se iba aclarando.
Aunque permaneció frente a la imagen durante cuatro horas no encontró mucho. Encontró la misma imagen del crop circle, pero había algunas cosas que no llegaba a entender, cabos sin atar, reconocía la cruz, la paloma en representación del espíritu santo, una cruz mas pequeña, el círculo misterioso encerrándolo todo y la estrella de David. Pensaba y zapateaba en el agua de la palangana, pero no llegaba a dar pie con bola. Se entretuvo leyendo la historia de la Virgen de Fátima, la última aparición mariana reconocida por la Iglesia Católica. Sintió un poco de lástima por los pastorcitos porque tuvieron una muerte tan prematura, salvo una niña que sobrevivió hasta ver cumplidos dos de los tres misterios de Fátima: el intento de asesinato del papa Juan Pablo II un 13 de mayo a principio de los ´80 y la consagración de Rusia con la caída del muro de Berlín. Pensaba, anotaba fechas, designios y misterios pero el agua de la palangana se había enfriado bastante, por lo que decidió que ya era hora de irse a la cama. Se fue a dormir muy confundido, tanto como el lector desprevenido que busca en los libros de Victor Sueiro alguna explicación para el tercer misterio de Fátima develado a medias hace algunos años por el Vaticano.

18.7.09

Capítulo 12: Judíos en Dublín




Moisés estaba destinado a mantener la base de Tucumán mientras el Toro se trasladaba a Dublín con las intenciones de proteger al gobernador. El jefe del Mossad Tucumán no ocultaba su satisfacción pero también estaba preocupado por los eventos de Santa Lucía. Pasaba por la misma sensación vivida tres años antes cuando un viejo amigo lo “pidió” para que limpiara la Casa de Gobierno tucumana de micrófonos de la SIDE. Por un lado estaba contento de servir al primer gobernador judío de la República Argentina, y por el otro le angustiaba dejar sola a su joven novia en los confines de la guerra santa. Pero sabía que ella estaba preparada para sobrevivir con grandeza a las peores situaciones posibles, lo tranquilizaba la idea del desafío: “Dios nos pone a prueba día a día, somos Abraham camino a la montaña constantemente”, le dijo ella en la despedida. Él se odiaba por no haberlo pensado antes. Tantos años de estudios rabínicos no le sirvieron ni para conmover a su prometida, se sentía sumamente disminuido y lo volvían a invadir las sensaciones duales: envidia y orgullo de su novia al mismo tiempo. Los fantasmas del ensueño lo acunaron y se lo llevaron al mundo de los hombres simples, la butaca del Boeing de Aerolíneas lo mantuvo narcotizado hasta que los roces con la mujer que viajaba a su lado le erizaron la piel. En su quimera era una mujer bella, una sirena para Ulises, la Venus de Boticelli, pero en realidad era una cincuentona de piel extremadamente blanca, casi transparente, si demasiada carne sobre una osamenta filosa. Más que una mujer, parecía una guadaña. Lo alteró la idea de estar abrazando con lascivia a la imagen de la muerte y despertó sobresaltado. La mujer le sonrió con ternura, como dándole permiso para continuar con las caricias, pero él se disculpó y se dirigió al baño, el avión ya apuntaba derecho hacia el este, por lo que rápidamente se hizo de noche, aunque los relojes marcaran las cinco de la tarde.
Dublín desde el cielo nocturno se parece a un raquítico árbol de Navidad tumbado por el viento: la ciudad se extiende desde el canal de San Jorge hacia el centro de la isla, y las luces que titilan tímidamente se reproducen en la espesura de la bruma y se abren como dos brazos de luz que le ponen un matiz de cálida bienvenida al visitante. “Son ingleses”, pensó Toro, “No te entusiasmés Torito, son ingleses, y para colmo católicos, te van a hacer mierda el corazón si se enteran que, además de negro, sos judío”. Cuando el avión tocó tierra, sacó una toallita descartable humedecida en perfume del bolsillo y se la pasó por la cara, como lo haría una mujer sacándose el maquillaje. Su compañera de asiento lo miró detenidamente esperando que su cutis chocolatado se destiñera con tanta fruición, pero cuando vio que la piel del hombre continuaba del mismo color, torció la vista hacia la ventanilla para conversar con su reflejo en el vidrio acerca del reciente desencanto.
Se encontró con Alperovich a la mañana siguiente, en un hotel de Ballintoy Beach, y festejó el rayo de sol sobre la nieve y el aire helado que traía el mar. Su amigo se quejó de la humedad y le ofreció una de sus corbatas para entrar a desayunar, “porque estos locos de mierda no te dejan permanecer en el club house sin corbata, Torito”.
—¡Dame la tuya!, le espetó esperando una negativa, pero el gobernador no tuvo ningún drama de quitarse, sin desanudar, la fina corbata de seda italiana que llevaba puesta. Y se la entregó para que el Toro cayera en la cuenta de que otra vez lo habían puesto ante una sensación ambivalente: vergüenza y orgullo.
—¡Sos un pan de Dios!, le dijo agradecido.
—¡Si!, ¡lo único que falta es que me digás que soy el cuerpo de Cristo, pedazo de huevón!
Y estallaron las carcajadas.
Las risas se disiparon cuando quedó al descubierto el cuello del gobernador, que llevaba una cruz de plata colgada de una gruesa cadena, también de plata.
—Pero, ¡En serio te hiciste cristiano...!
—No, boludo, es el regalo del gobernador, una cruz celta, se llama Crichton Cross, es aún anterior a Cristo y representa el poder de la naturaleza, la medida de todas las cosas. Bety les trajo un menhir de un metro veinte y los tipos, en agradecimiento, nos regalaron sendas cruces a nosotros. Mirá, en aquella colina, frente a la playa, ¿ves que hay como dos palitos grises ahí?. Es el menhir que lo pusieron junto a una cruz de éstas, pero de piedra. Hicieron una ceremonia hermosa a la tardecita, medio que nos cagamos de frío, pero la cosa se puso buena cuando trajeron la cerveza y encendieron una gran fogata...
—¡La fogata de San Juan!
Y las risas se ahogaron en un gran abrazo de amigos fraternos, algo que Alperovich había olvidado a causa de tantas campañas estilo K, llenas de falso cariño y palmadas en la espalda cargadas de hipocresía. Era consciente de que sobre sus hombros caía una gran responsabilidad: ¿Conducir a un millón y medio de almas?, ¿Procurar beneficios para miles de indigentes?, ¿Acabar con la desnutrición?, ¿Lograr la reelección?. No, la mayor responsabilidad que tenía en esos momentos era ser leal a este amigo que ahora lo abrazaba con gran cariño y respeto, y que estaba dispuesto a dar la vida por él. José Alperovich lo sabía, por eso quería ayudar al Toro en lo que fuera, y le ofreció compartir la suite del Hilton; a lo que el espía se negó rotundamente.
—Tranquilo José, acá yo estoy trabajando para vos. Ya no podemos jugar más a ser Sherlock y Watson como lo hacíamos en el college. Ahora yo soy Kevin Costner.
—¿Y yo, quién soy?
—Vos sos Withney Huston
—¿Porqué no te vas un ratito a la mierda...?

12.7.09

Capítulo 11: Operación rescate: epílogo

pava endemoniada

Gómez se rió de sus subordinados cuando corrieron a las páginas amarillas para encontrar a los colocadores de parquet. Le pareció poca la escasa oferta laboral y les recriminó duramente: “¿Son boludos ustedes o qué? ¿Cómo se les puede ocurrir ir a la guía de teléfonos a buscar ese tipo de gente? ¿No les resulta sospechoso que sólo se encuentren cuatro colocadores de parquet en todo Tucumán? ¡Con razón se nos cagan de risa en todo el país a nosotros! Miren boludazos, aprendan del jefe, una sola llamada y les tengo la posta...”
Tomó el teléfono y se lo colgó al hombro mientras buscaba papel y lapiz para apuntar lo que suponía sería una extensa lista, pero la comunicación duró tan poco que tuvo que simular que continuaba hablando por teléfono, cuando desde el otro lado de la línea hacía un largo rato que le habían cortado. “Y sí...”, comentó resignado “básicamente son cuatro los colocadores, así que va a ser bastante fácil encontrar la casa”
Un tal Chocobares, experto en pulido y lustrado de pisos dio con la tecla: “pisos oscuros se están poniendo pocos, pero en un edificio de la calle Monteagudo al 100 hicimos cinco pisos con algarrobo chaqueño”
El operativo esta vez, por temor a un nuevo fracaso, mantuvo un perfil bajo y el Jefe de la Brigada le puso un nombre novelesco: “Operación Rescate, Epílogo”, creyendo que estaba frente a los últimos minutos de incertidumbre. Sin demasiada estridencia, el Comando preparado por Gómez entró en acción con la expresa recomendación de no pisar cabezas si no fuera enteramente necesario. En realidad no hizo falta, porque no encontraron a nadie, pero en el piso 10, dieron con la habitación fraguada y una extraña marca en aerosol en la pared empapelada filmada por los secuestradores.
—¿Qué es?—, preguntó el oficial
—Parece una marca de esas que aparecen en los sembradíos yanquis Jefe, yo he visto una película...
—¡Podés dejar de decir pelotudeces, Ramirez!. Le lanzó lleno de desazón y fastidio, pero muy pronto se recompuso y decidió levantarle el ánimo al oficial increpado. Se acordó de él mismo, cuando en su juventud su curiosidad iba adelante de su prudencia; pero él tuvo un jefe omnipotente y generoso, al que en estos momentos estaba intentando vengar.
—¡Ramirez!
—¿Señor?
—Discúlpeme, pero ¿en qué película dice usted que vio...?
—“Señales”, se llama “Señales” señor la película, y en el videoclub la promocionan como una nueva Sexto Sentido, que es la película anterior del mismo director...
—Y en su apreciación personal, ¿qué respuesta podemos hallar a todo esto si partimos desde allí?
—Mire jefe, la guardia le da a uno tiempo para todo, algunos leen y releeen las noticias, otros les dan viabas a los detenidos, otros queman balas en el polígono, pero a mí me encanta el cine, y alquilo películas o pongo lo que hay en el cable. Gracias al cable estoy bastante enterado de lo que significan esas señales, porque para ser sincero, la película me pareció una estupidez, y alrededor de ese estreno, pasaron un especial en Discovery Channel muy interesante, en el que dicen que está comprobado que el 95% de las señales encontradas, son farsas y hasta hay grupos de fanáticos que hacen de esas inscripciones un culto, y perfeccionaron de tal manera su técnica que ellos están convencidos que sus trabajos son obras de arte. El colmo sucedió en un trigal cercano al aeropuerto de Dallas donde apareció un dibujo del camello del cigarrillo...
—¿De Camel?
—Sí, dicen que la tabacalera pagó 50 mil dólares por el trabajo...
—Esperá un poquito Ramirez, veo que el tema te apasiona, pero ¿porqué vos de entrada nomás relacionaste el dibujo con una cosa semejante?
—Es que este dibujo es un típico Crop Circle, muy parecido a los primeros que aparecieron y se les atribuyó a marcas dejadas por naves extraterrestres, mire, son dos círculos concéntricos, el de afuera tiene cuatro marcas, son los puntos cardinales, y el de adentro, que para que sea un verdadero Crop debe ser excéntrico...
—¿Porqué?
—Porque todo motor tiene un torque, si es una máquina quien dejó la marca, tiene un motor, por lo visto el torque de este motor es horario, o sea que gira como las agujas del reloj...
—Pero, Ramírez, esto está escrito en aerosol...
—Pero es una señal, jefe, no me pregunte porqué, pero intuyo que es una señal que nos dice algo, ¿y sabe que es lo que dice?. Que este Gatita quiere ser encontrado, nos está midiendo, quiere saber con quién se topó.
—Que no averigüe más, se topó con los imbéciles que buscan a los choros en las páginas amarillas.
Ramirez sonrió y pidió permiso agachando la cerviz. Encontró en la despectiva mueca de Gómez el permiso solicitado y se marchó con la amargura del fracaso y la dulzura del deber cumplido.

27.6.09

Capítulo 10: Purasangres en la Volanta




Moisés cerró el Duna con llave y le deslizó el comentario al Toro de que estaban en los parajes de Gumersindo Parajón.
“No hay peor cosa para un agente de la Mossad que meterse en quilombos locales...”, le contestó como para dar por terminado el tema.
“Vos no me entendés, te lo comento porque en todos los diarios están hablando de un secuestro, y al parecer, a la mujer la tienen por esta zona...”
—Pero, ¿Parajón no es un político?
—¡Claro!, y dicen que tiene un pariente que se dedica a secuestrar mujeres y a pedir altos rescates, pero esta vez se le fue la mano: secuestraron a la mujer de un jefe de policía.
—¿Cómo?, ¿Y vos no me lo informaste?
—¡Sí, señor!, te dejé el informe hace tres días...
—¡No puede ser!, duermo sobre una pila de papeles... ¿Sabés qué? Me voy a ir a buscarlo a José, no vaya a ser que a éste lo boleteen en el camino. Conseguime pasaje a Dublín para mañana. Esta delegación de mahometanos en el Garden Park me huele a cortina de humo. Yo no me como ninguna, Moisés— ya había cobrado seguridad, y hablaba con solvencia, haciendo planes —en dos días estoy con el ‘Joshua’ y de paso me renuevo, este asunto y la lejanía de la de mi amada me están haciendo chochear. No se puede andar “gagá” por la vida y para colmo, con el bufoso en el bolsillo...
—No te des vuelta
—Qué carajo...—– y se dio vuelta, nomás.
—¡Señor Toro!— la maestra de campo...
—¿La conozco?— se hizo el distraído.
—Pero, señor Toro, ayer después de mediodía, ¿se acuerda?
—Ah, claro, ¿la maestra de la Escuela de Policía?— le tendía una trampa, sabía bien de quién se trataba, pero quería hacerla pisar el palito.
—¡Usted...es un pícaro! Primero me miente que no es policía y después me acusa de cana a mí...
—Que yo sepa, no es ningún delito ser cana, pero no: soy carnicero. Yo sé que usted desconfía de mí porque no hay sangre en mis manos, porque tengo cara de otra cosa, menos de matarife. ¿Acaso hay que tener apellido árabe para ser carnicero aquí?. Mi verdadero apellido es Toranzo, los muchachos me dicen Toro para que me remuerda la conciencia, me cargan con eso de que yo vivo de la muerte de mis congéneres y toda la bola. Y ahora permítame a mí que la investigue: ¿Qué hace una maestra rural por aquí?, no se supone que usted debería estar enseñando...
—No, vine a la Morgue Judicial a identificar el cadáver de un pariente lejano, un tío solitario y alcohólico que murió atropellado anoche por una rastra cañera...
—¡Qué tragedia!
—¿Vio?, y ustedes ¿Qué hacen por acá?
—Nada, vinimos con Moisés a un remate de animales. Lo que me resulta extraño que sea en la morgue...
—No, a ustedes deben haberlos mandado a la Volanta, la policía montada, queda a la vuelta, por la Jujuy, ahí tienen presos a los animales que andan sueltos en las rutas y los remata una vez al mes.
—Ah, claro. Bueno, un gusto volver a verla señorita...
—Señora— se apresuró a corregirlo. —Rosaura Marquez de Brahim...
—No me entendió, por más que sea casada, usted para mí es señorita. Por “Señorita Maestra”, ¿capische?
—Perfectamente, Cirilo, ahora se sienta en su lugar y no moleste a Etelvina.
Moisés lanzó una carcajada estridente y Rosaura y el Toro se le unieron. Un velo invisible de sospecha y desconfianza envolvía a los tres, pero no lo hacían notar, especialmente Toro, que se quedó con la vista fija en el vacío poblando su sonrisa de dientes blancos, en claro contraste con su piel cobriza. Internamente planeaba una estrategia para investigar a la maestra y volar a encontrarse con su amigo Alperovich. Ya tendría tiempo, pensó. Salieron hacia la avenida Independencia y caminaron en dirección a la Jujuy. Cuando vieron que el remise que llevaba a la señorita Rosaura, se volvieron con la intención de examinar los cadáveres hallados en Santa Lucía.

14.6.09

Capítulo 9: Gatita’s Studios



El productor televisivo Marcelo Di Benedetto llegó a la Brigada con el talonario de recibos bajo el brazo, creyendo que la situación ya estaba resuelta y había sido convocado a cobrar los irrisorios honorarios que la policía paga a sus peritos. “Dice el jefe que pase al laboratorio”, invitó el sargento de guardia señalándole el largo pasillo. Di Benedetto conocía el camino, por lo que marchó con la cabeza gacha. Habían baldeado y el piso no estaba seco del todo, se notaba que el trabajo había sido realizado por detenidos, porque estaba hecho a desgano, lleno de charcos y marcas de barro, como para el enemigo, y porque las pisadas no eran de borceguíes y estaban muy juntas a causa de los grilletes. En eso pisó una baldosa floja embarrándose el pantalón. En vez de enojarse, se alegró, porque una buena idea había entrado en su cabeza y se apuró a exponerla. Empujó la puerta y dijo: “¡Una puesta en escena!”. Gómez y el jefe de laboratorio se miraron. “Es una puesta en escena, ¿no se dan cuenta? Los secuestradores nos querían hacer creer que la mujer estaba encerrada en una casa vieja, por eso montaron una escenografía. Fíjese jefe...” y sacó la cinta de su bolso.

—Yo creía que vos habías devuelto ese material... — Dijo Gómez enojado.

—Usted quiere resolver el caso, ¿no es cierto?: mire debajo de las patas de la silla y donde la mujer apoya los pies... ¡Las baldosas se mueven!

—¡Gran cosa!, el secuestrador es Gatita, mi viejo, un maestro del disfraz, no descubrimos nada...El infeliz disfraza hasta las paredes.

—¡Sí Gomez!, mire en las juntas, se ve algo oscuro, como si fuera...

—¡Madera!. El comisario levantó el teléfono y gritó: “¡Busquen a todos los colocadores de parquet de Tucumán, que no deben ser muchos, y después investiguen sus últimos trabajos! Si nos quisieron hacer creer que se trataba de una casa vieja es porque es todo lo contrario ¡Vamos!, ¡A mover el culo que nos quedan 4 horas para largar a los presos!

—Honestamente, jefe...— intervino el jefe de laboratorio, —...creo que debemos largarlos nomás, porque ante la más mínima sospecha...

—Ante la más mínima sospecha te meto en cana, boludo, ¿acaso no sabés que el policía es traicionero por naturaleza?, no podemos arreglar nada con estos culos sucios, porque ellos tampoco tienen palabra, son culpables del secuestro de la mujer y de la muerte de un amigo mío. Y yo los voy a hacer mierda, caiga quien caiga, aunque me cueste el cargo.

Una pequeña pausa le dio pie a Di Benedetto a levantar el talonario y agitarlo en el aire, como pidiendo que se le paguen sus servicios.

—¡Muchas Gracias, Marcelo!, ya sabés, cualquier novedad nos ponemos en contacto con vos- le dijo Gómez, y empujándolo hacia afuera agregó: —Y que sea la última vez que te llevás algo sin mi permiso.

2.6.09

Capítulo 8: Historia de Adrián y los dados negros



“Rosaura, Moisés, se llama Rosaura”, dijo Toronowitz.
“Rosaura Márquez, casada con Eduardo Ben Brahim, y es sólo una maestra, no cana. En estos momentos está en una reunión de docentes rurales en una escuela acá cerca, ¿querés ir a verla?”, preguntó Moisés, y tanta eficiencia dejó helado al jefe. Como no obtuvo respuesta y la cara del Toro era un inmenso signo de interrogación, prosiguió: “Ayer tarde, cuando vino, estuvo charlando conmigo en el lobby del hotel, y como preguntaba mucho por vos, le dí el número para que te llamara desde la recepción, para cuando te colgó, yo ya tenía chequeada la información. De puro pedo casualidad pasó por aquí y vio los autos. Entonces la tipita planeó echarse un polvito con vos, porque se quedó caliente ayer a la siesta, le gustaste y vos le echaste flirt. ¿Qué?, no me mirés con esa cara... ¿Te dije o no te dije que usáramos autos diferentes?, yo te avisé que esos Dunas obsoletos nos mandaban en cana, encima las chapas patentes correlativas...”
—¡Y yo les dije que guardaran los autos en la guardería!— Le gritó el Toro, para disimular su asombro, y para bajarle un poco los humos a su subordinado. —¡Y no quiero verla!, vos sabés que yo soy hombre de una sola mujer, ¡Vamos a la morgue a ver los cadáveres!
Hicieron el viaje a la morgue judicial en absoluto silencio. El Toro era un ser especial, un terrible oso que de judío sólo tenía la circuncisión. Su padre era húngaro, y corrían por sus venas algunos glóbulos gitanos, trabajó en la instalación de los trolebús de Santa Fé y conoció a una judía gitana rusa en las colonias entrerrianas, era una sobreviviente de Aschwitz que vino a la Argentina con padres adoptivos que le inculcaron el amor a Dios y el respeto por el prójimo. Los abuelos del Toro creían en la doctrina sodomita de la religión (estaban seguros de que el Holocausto Nazi era un castigo divino), por lo tanto adoptaron con alegría y gran respeto las costumbres del país que los cobijaba, convirtiéndose con pasión en gauchos judíos. Lamentablemente el Toro no recibió más que cinco años de crianza de su madre, porque a los pocos días de nacer su única hermana, ella enfermó y murió de tuberculosis, con síntomas muy parecidos al mal que ahora investigaba: la APV. Su padre crió como pudo a los dos pequeños, y cumplió hasta la muerte la promesa que le hizo de no volver a casarse. Y el cine infantil fue la causa de tal promesa, por esos días habían estrenado “Blancanieves”, de Disney y los niños soñaban que tendrían una madrastra que los eliminaría. Luego de su bar-mitzvá, Adrián Toronowitz, cuando se embarcaba hacia Israel para completar sus estudios en el seminario rabínico de Tel Aviv, vio llorar a su padre por primera vez: lloraba tanto que creyó verlo llorar las lágrimas que no tuvo para su despedida de Hungría, a donde jamás volvería, las lágrimas que no tuvo cuando recibió la noticia de la limpieza étnica de la que había sido víctima su pueblo entero, las lágrimas que no tuvo para expresar la alegría de encontrar el pueblo de sus sueños: Colonia Hercilia. Las lágrimas que no tuvo para ver a sus hijos recién nacidos. Las lágrimas que no encontró el día de la muerte de su mujer. Lloró tanto ese día que sus lágrimas caían al Río Paraná dando la sensación que era un río de lágrimas, un mar de lágrimas. Fue la única vez que Adrián vio a su padre llorar. Los recuerdos lo abandonaron cuando Moisés frenó de golpe y le dijo “Llegamos”.

25.5.09

Capítulo 7: El "condutor"



El subcomisario Gómez, que estaba a cargo de la investigación, llamó a Marcelo Di Benedetto para el peritaje del video: en la imagen la mujer lloraba constantemente y, entre sollozos, les rogaba a su esposo y a su hijo que entregaran el dinero. Hablaba de una cuenta familiar en el Banco Empresario con dinero de sobra para pagar lo pactado. Di Benedetto quiso preguntar cuánto ganaba un comisario, pero supuso que se metería en camisa de once varas, así que se limitó a informar que se trataba de un trabajo original, primera generación de video, el formato del cassette era VHS Compacto, por lo que probablemente la marca de la filmadora era Panasonic o JVC, pero se inclinó por la primera marca, porque la norma era Pal, y porque se le hizo difícil su reproducción al estar grabada en una velocidad lenta, para ahorrar cinta. “Lo más probable es que se trate de una cámara comprada entre 1995 y 2002, porque está grabada en Súper VHS, una novedad para ese formato. Y lo del ahorro de cinta es una opción que se empezó a manejar después de la crisis de 2001”. Al perito le llamaron la atención el ambiente y el sonido, pero no llegó a opinar porque rápidamente lo echaron con un “Muchas gracias, Marcelo, si te necesitamos te llamamos por teléfono”.

Gómez hizo digitalizar un cuadro del video, lo retocó con photoshop para preservar la imagen de la secuestrada y lo mandó a los diarios para que lo publicaran a la mañana siguiente “¿Dónde vi antes esta habitación?” debía decir el epígrafe a modo de título, y solicitaba que enviaran información a la Brigada de Investigaciones. Pero para cuando salieron los diarios ya estaban detrás de nueve pistas diferentes, pues la televisión ya había publicado el identikit de lugar desde las nueve de la noche hasta el cierre de la transmisión.

El lugar era un rincón con una mesita esquinera con mantel de coco y un teléfono negro, con disco. Observando detenidamente la imagen se podía ver que el teléfono estaba desenchufado. El empapelado antiguo databa de los años setenta u ochenta, pero lucía impecable: una serie de flores de lis doradas combinadas en diagonal sobre un fondo beige, por el brillo, era un papel vinílico. El piso calcáreo decorado y la luz que se proyectaba en la pared izquierda cortada por una transversal en el quinto inferior y a su vez esa quinta parte dividida en dos, como si fuera una antigua puerta balcón, en una habitación con techos altos daban la sensación de que se trataba de una casa de la primera mitad del siglo XX.

La casa sospechosa N° 4 que visitó la brigada pertenecía a un familiar de Gumersindo Parajón en Villa Alem, y el operativo tomó ribetes cinematográficos, con veinte móviles, dos grupos comando, francotiradores y un helicóptero.

El sospechoso salió secándose la transpiración de una noche calurosa, en calzoncillos. Un comando lo tumbó antes de que abriera la boca. La nariz dio un golpe en el piso, pero el hombre, que tendría unos cincuenta años, no pudo verificar el estado de la hemorragia porque sin siquiera darse cuenta estaba esposado, con un borceguí en el parietal y el caño del fusil tapándole la visión. No tuvo más opción que quebrar el llanto “¡Amandaaa!”, gritaba , y todos los puestos remontaron sus armas.

El grupo de ataque entró a la casa y reconoció de inmediato el lugar. Faltaban detalles de los muebles, el teléfono viejo y, lo que era más importante, signos de guarida. Revisaron todos los rincones y no encontraron rastros, conocían las habilidades de Gatita para dejar todos los lugares “claros”, pero errar es humano, y en algún lugar tenían que equivocarse. Pero la búsqueda fue en vano, la casa estaba limpia, y el hombre estaba solo. “Encuentren a la mujer. Si gritó su nombre, es porque está aquí, nosotros nos llevamos a este ‘gardelito’ para que cante”

En la brigada fue sometido a un interrogatorio con apremios que rozaban la ilegalidad. Sólo pudieron averiguar su parentesco con Parajón y que Amanda era el nombre de su esposa, porque su primo Gumersindo llegó vistiendo una guayabera y sombrero panamá haciendo juego, acompañado de un hombre sumiso y silencioso a quien presentó como “mi condutor” y pedía hablar con Gómez, en nombre de “lo derecho humano”. Gómez pidió explicaciones y Parajón se las dio, no sin antes aclararle que se había “equivocado de pollo. Este, mi primo Alberto está medio chufleto desde hace como dos años cuando se ha muerto su mujer, la Amandita...”

—Entonces, Amanda era su esposa.

—¿Y que hablo en chino yo?

Gómez pidió disculpas y ordenó que llevaran a Alberto al hospital. “Sabe lo que pasa, Parajón, nos informaron que la casa era la de él”, le dijo mostrándole la tapa de El Siglo, donde salía la foto del video.

—Si, yo también he pensado en esa casa, pero es imposible que sea, fijese bien que el único rincón con ese empapelado tiene colgado el cuadro oval de mis tíos.

Gómez confirmó los dichos del político con el video del grupo de ataque. Hizo una llamada ordenando quitar el cuadro, y le contestaron que dejaba una marca mucho más clara que el resto del empapelado. Pidió que sacaran otra foto sin el cuadro y que se la trajeran de inmediato. “Encuentren a Di Benedetto”, ordenó, y se fue a tomar un café con Parajón y su “condutor”.

19.5.09

Capítulo 6: Flirt Fatal


Cuando Alperovich fue electo gobernador, la Mossad decidió, sin consultarlo con el político, establecer su base en Tucumán, y se invirtieron 500 mil dólares en la refacción de los dos primeros pisos del hotel Miami. “Plata tirada”, decía Toronowitz que hacía de la austeridad un culto. Sin embargo, esa tarde disfrutaba con lascivia el aire acondicionado y las golosinas del frigobar cuando sonó el teléfono de recepción. Decidió, después de vaciar en su garganta una botellita de Chivas, no atenderlo, era la línea blanca, la pinchada por la SIDE, por lo tanto no sería nada importante, seguramente mensajes banales para hacer creer al espionaje criollo que se trataba de un turista cualquiera. Pero la constancia de la llamada le hizo notar que se trataba de una situación especial. Descolgó el tubo y con la voz dormida contestó: “¿Diga?”

—¿Señor Toro?— Preguntaba tímidamente una voz femenina.

—¿Quién se atreve a molestar el descanso de un león furioso?— Dijo creyendo reconocer la voz de su prometida, la bella mendocina que dejó en la Franja de Gaza cuando lo asignaron de regreso a su país natal, como jefe de operaciones en Tucumán.

—Soy yo Don, la Señorita Rosaura...

—¿Quién?— Toro había sido descubierto con la guardia baja.

—La maestra que usted y sus amigos levantaron en Berdina.

—¿En dónde?

—Camino a los valles, señor, ¿Recuerda?, hoy a la siesta... Tuve que venir a la Secretaría de Educación, y cuando volvía a tomar el ómnibus vi el auto estacionado en la vereda y se me ocurrió, no sé porqué, saludarlo. Pero, ¿porqué está tan temprano de nuevo en la ciudad?, Será porque se suspendió el mitin de carniceros o porque...

—Eh, eh, espere, ¿no le parece que son demasiados porqués para una sola oración...

—Está enojado, Don Toro, lo que pasa es que yo soy una metida... No me haga caso, disculpe la molestia, y gracias por acercarme esta tarde. Adiós.

Y colgó.

—Espere, espere...— se sintió un estúpido hablando solo. Trató de conectarse con el guardia de planta baja por celular, pero las líneas estaban saturadas y perdió a la maestra. “Yo sabía que esta hija de puta era cana”, se culpaba y se castigaba con golpes en el pecho. Odiaba pensarlo. Su teoría sobre los prejuicios había sido pisoteada y la maldita maestra que venía a reírse de él. “Sos un pelotudo”, pensaba y se flagelaba: “Un gran pelotudo de 53 años que se creyó el Rey David porque le dieron un poquito de poder, con un puñado de inútiles torturadores a cargo, ¿De qué mierda te sirvieron, Toronowitz tantos años de entrenamiento y experiencia? Manejás con solvencia cuatro idiomas, 120 armas de guerra y tenés medalla de la academia por lucha libre y defensa personal. ¿Sabés qué podés hacer con las medallas ahora?”. Esa noche no durmió y salió del autismo de su walkman con lecciones de polaco recién a las nueve de la mañana cuando le avisaron que una célula de Al-Qaeda venía desde Puerto Iguazú, camuflada en una delegación diplomática Siria, con planes de secuestrar y luego asesinar al gobernador.

10.5.09

Capítulo 5: Síndrome de Estocolmo



Gatita le contó a su banda el plan diagramado en conjunto con Ale enfriándoles la historia, porque tuvo que tomar la decisión de aceptar la estrategia sin consultarlo con los demás, como acostumbraba, pero el resto de la banda le perdonó el atrevimiento porque les parecía gracioso que el hombre más buscado de la provincia aparecería ante cinco mil espectadores, convertido en el próximo rival del boxeador más convocante de la región. ¡Nacho Manodura!, este Chancha es "chtremendo" hijo de perra, menos mal que no fui yo porque el muy huevón seguramente me bautizaba de nuevo...Y hasta la mujer secuestrada, que estaba ensimismada los auriculares y en un cuarto de helado de chocolate, se rió de la ocurrencia del chileno Erwin. El CD de Sandro se había terminado y la dama escuchaba las conversaciones con disimulo. Un rato más tarde iría cada cual a su cuarto y Amanda, luego de un ataque de abstinencia con gritos y pataleos, tomaría sus pastillas y dormiría muy pegada a Gatita, como solícita de caricias, deseosa de amor ardiente, algo a lo que Ferreyra la había desacostumbrado desde que la sacó del prostíbulo de La Rioja para convertirla en su esposa. Era una mujer bella, tenía apenas 40 años, y un solo hijo de 22. Era la tercera hija de una familia pudiente de Córdoba, pero durante los años ´60 sus padres, seguidores de la doctrina del Che Guevara, sufrieron la cárcel y con sólo seis años de edad despertó en la soledad del piso en Avenida Colón. María Inés García era su niñera, y se la llevó a Chepes, su pueblo natal, envuelta en un mar de lágrimas y con un misal de oro en su bolsillo como única herencia de sus progenitores. Sus hermanos mayores fueron secuestrados con los padres y nunca se supo de sus vidas. En La Rioja todos le creyeron a María Inés cuando les dijo que la niña rubia de ojos pardos era hija suya con su patrón gringo, y que en la casa la trataban como a una más de la familia, y que la pequeña Amandita recibía la misma educación que los hijos de sus patrones, por el solo hecho de ser "una chinitilla lindita". "Los patrones se fueron a vivir a Europa, pero la semana que viene tengo que ir a ver al contador, para que me indemnice". El gobierno de Onganía cerraba fábricas para neutralizar el movimiento obrero, importaba bienes de consumo y los cambios sociales eran traumáticos e intensos. La historia de la niña era verosímil, y nadie la puso en duda, porque a la semana, María Inés fue a Córdoba a buscar al contador y no volvió más, y nunca más se supo de ella hasta que su nombre apareció en los listados de la CoNaDeP. Amanda se crió con sus abuelos postizos creyéndolos carnales, hasta que en 1980 viajó a Córdoba a buscar a su padre, pues su primera infancia era un vago recuerdo de tardecitas al lado de la pileta con chocolatadas tomadas con pajita junto a dos preadolescentes que la maltrataban. No recordaba el colegio de monjas, ni el viaje a las Cataratas que su abuelo le mostraba en fotos, acompañada de su madre María Inés y "los hijos de los patrones". El viaje a Córdoba fue un descubrimiento adolescente de la vida urbana. "La marearon las luces de la ciudad", decía su abuelo para explicar su traslado desde la pensión de señoritas en la capital cordobesa al prostíbulo de La Rioja, donde había sido vista por un viajante de comercio.
Por esos entonces, otro que buscaba sus orígenes era el Comisario Facundo Ferreyra, que viajó a conocer a su amigo por correspondencia, el recién asumido gobernador Carlos Menem. El comisario llevaba el nombre del caudillo riojano Facundo Quiroga, y era un enamorado de la épica de Chacho Peñaloza. Menem se identificaba con ambos, y si se le permitía a un hombrazo como él amar a otro hombre, ese amor se lo dedicaría a la persona del gobernador riojano, a quien seguiría amando hasta la muerte.
El mundo está hecho de coincidencias, de horribles coincidencias, de majestuosas y frágiles coincidencias, y una de esas coincidencias puso, luego de una noche de encuentros programados, a un borracho y alegre Facundo Ferreyra en el cabaret donde Amanda hacía su rutina de Marilyn Streaper. "Hoy estuve con el gobernador...", le dijo el comisario mostrándole una medalla con el escudo provincial, luego de pagar 10 mil pesos argentinos por una copa a su lado "...y me ha dicho que elija lo que quiera de La Rioja, que me lo daba, y yo te elegí a vos, muñeca, porque sos una chinitilla lindita" Y la frase hizo click en la memoria de Amanda atándola para siempre a ese gigante de patillas largas y voz ronca. "Entonces decile al gobernador que te preste cinco mil dólares para sacarme de aquí", le espetó como corriéndolo a ponchazos.
A los dos meses los Ferreyra eran una familia, porque el pequeño Amado estaba en camino y las piernas torneadas de la bella Amanda eran la envidia de los Té Canasta en el Casino de Oficiales de la Policía de Tucumán. Las cosas marchaban bien: ella sabía de sus infidelidades, que mantenía a otras mujeres, porque estaba creído que él era un caudillo, y un caudillo que se precie de tal debe dejar su semilla por doquier. Tenían un acuerdo matrimonial tácito, y Ferreyra lo defendía a capa y espada: no se le permitía reconocer legalmente a ningún hijo, y dormirían en cuartos separados. La noche que él quisiera sexo debería girar el sifón dos vueltas sin levantarlo de la mesa, como observando su etiqueta, y ella tendría tiempo de lavar la vajilla y de arreglarse para la noche. Él debía ducharse jabonándose con fruición y perfumarse con agua de azahar. Un mes sin girar el sifón significaba para la mujer un gran desprecio y un disgusto sin par. Por ello el matrimonio se jaqueaba con puteadas y arañazos de Amanda. Entonces Ferreyra aducía guardias de semanas enteras. Semanas en las que la mujer se sometía a huelgas de hambre que la dejaban al borde de la anemia y la desnutrición.
No podemos asegurar que Gatita supiera del acuerdo de los Ferreyra, pero creer lo contrario sería subestimarlo. Estudiaba a sus víctimas con gran destreza y odiaba a quienes le reconocían solamente la habilidad del disfraz. Esa noche, cuando Amanda lo abrazó fuerte desde atrás, sintió un gélido placer que le subía por la espina dorsal. Entonces, sólo entonces, supo que era la víctima correcta, que Ferreyra hubiera dado todo por ella. Pero no calculó que se moriría en un accidente para dejarle toda la responsabilidad al imbécil de su hijo. El trato era simple: Núñez pedía la libertad de dos compañeros condenados a cadena perpetua y 150 mil pesos por Amanda. Ella se enojó mucho cuando se enteró de lo poco que valía, pero luego de un toque de lexotanil y una explicación sobre la importancia de dos amistades surgidas en la cárcel, la mujer consideró que su precio era el correcto. La rispidez de las negociaciones hacían que el dinero fuese insuficiente y necesitaban llegar a un acuerdo urgente, por lo que en el último contacto Gatita puso los puntos sobre las íes: "Mirá pendejo, tu vieja se muere, ni siquiera vamos a necesitar matarla nosotros, no come y llora todo el tiempo. Tengo dos locos peligrosos vigilándola, si ella les mata la cabeza, la queman. Así que por lo menos andá pidiendo la liberación de los changos, que la guita es lo de menos", mintió, "pero acordate que por día de atraso te voy a cobrar 10 lucas de interés".
Silencio al otro lado de la línea: "¡Dále! ¡Contestame!"
—Gatita, vos tenés que entender el dolor por el que estoy pasando...
—¡No te hagás el pelotudo!, que no soy un gil de telenovela yo. ¿Cuándo largan a los vagos?
—Eso es imposible. El gobernador es el único que puede darles la amnistía...
—¡Qué amnistía, ni las pelotas!, ¡Vos los largás por las buenas o por las malas, los dejás pirar sin levantar la perdiz, porque nadie sospecha que la libertad de los vagos está en el acuerdo!... Parece mentira... Yo tengo que hacer todo por vos... ¡Cagón de mierda! Si yo sabía que iba a tener que tratar con un aca blanda como vos...
—¡Si tratabas con mi viejo seguro que te cagaba a tiros, hijo de puta!
—¡Por lo menos me hubiese enfrentado con un hombre! No con un pelotudo alegre que va a dejar morir a su madre. Es tu vieja, gil, hacete cargo. Si te presionan los politiqueros extorsionalos, deciles que sabés de sus vidas, de la casa en la que viven, del whisky que chupan, de las mujeres con que duermen y de la resaca con que despiertan. ¡No puedo creer que seas hijo del Grande Jefe! ...
Silencio en la línea. No, silencio no. Se sentían las frituras del pinchazo telefónico, los bufidos de Ferreyra y la risita apretada de Gatita. Él tenía el "quiero", pero no se confiaba, no quería dejar escapar la posibilidad de acordar rápido y salir limpio.
—Está bien, Gatita, tenés razón, dame 48 horas...
—12.
—24.
Soltá a los dos changos esta noche y mañana entregame la guita.
—¡Hecho!, pero dame una prueba de vida de mi vieja.
—¡Bueno!, ¡Al fin mi perro atrapó una mosca!: En el casillero N° 42 del Vea del Casino hay un video que filmamos recién, se escucha de fondo la voz de Silvia Rolandi en Radio Universidad. Son las noticias de la mañana. No confío en vos, pero quisiera hacerlo. ¡Ah!, ella no sabe nada de tu viejo, así que andá buscando psicólogo.
Colgó.
Amado, que al principio había sentido desprecio por el secuestrador, había descubierto que contenía un costado humano. Quedó estupefacto por la acción, por conservarla lejos de la cruda realidad. Sabía que su madre no resistiría el cautiverio con la presión de saber muerto a su esposo. Los policías que seguían la conversación por auriculares contiguos se miraron y salieron corriendo hacia el súper de Avenida Sarmiento. Cuando Amado Ferreyra reaccionó, un cuerpo de la brigada de explosivos arribaba al lugar. Encontraron la cinta prometida, envuelta en dos bolsas de residuos y sellada con cinta de embalar. Él sentía que todo alrededor se movía y giraba como cuando se fija la vista en el horizonte mientras se está un una calesita, era lo más parecido a un desmayo de baja presión. Amado estaba en un sueño, hasta que lo rescataron de allí los gritos del subcomisario Gómez.
—¿Qué te pasa Amado? ¿Estás loco?, No me asustés boludo, tenías la vista perdida como un idiota que...
—¡Se la está cogiendo!
—¿Qué?
—¡Este hijo de tres mil putas de Gatita se está cogiendo a mi vieja!