22.7.09

Capítulo 13: Fugas, evasiones y el misterio de la Virgen




Gómez dio una recorrida por el departamento y no encontró demasiados indicios. Estaba seguro de algo: dentro de la fuerza policial, y especialmente su división, había un infiltrado. Revisó los cuartos: las camas estaban destendidas y las sábanas por el suelo. En la cocina encontró a un agente tomando agua mineral y lo insultó por el atrevimiento. “¿No se da cuenta que eso que tiene usted en la mano es evidencia?”. “No señor, la compré en el kiosco de enfrente”. Gómez se disculpó con una seña y se acercó al anafe e hizo un descubrimiento que le heló la sangre: la pava estaba tan caliente que le quemó la palma de la mano cuando intentó tocarla: ¡Están en el edificio, pida refuerzos, que rodeen la manzana!”
En minutos el lugar estaba como a Gómez le gustaba, el azul de los uniformes y las balizas de los patrulleros tiñeron la tarde y tendieron sobre la ciudad un manto de incertidumbre. No tardaron en descubrir el boquete hacia la casa vecina y las puertas cerradas con cadena y candado. “¡Escaparon Jefe!” le avisaron por radio y Gómez estrelló el handy en el mismo piso que Gatita había roto su celular días atrás. Le molestaba tener que negociar la liberación de los presos. En los cursos que dictaba el FBI en Buenos Aires le enseñaron que con los secuestradores y terroristas no se negocia, pero este era un caso especial, se trataba de una amiga muy querida quien estaba secuestrada. Cuando Gómez conoció a Amanda quedó deslumbrado, era un joven oficial ayudante y se juró a sí mismo que si algún día contraía matrimonio sería con una mujer tan bella como la de su jefe. Sin embargo terminó casándose con la gorda más fea del barrio, enamorado de la palangana de agua tibia y los pastelitos de dulce de batata con los que la mujer lo esperaba luego de 24 horas de guardia. La palangana era una delicia para los pies cansados del encierro en los borceguíes y los pastelitos eran un alivio para un estómago deshecho de pizzas y Pepsi Cola. Además las enseñanzas del FBI no le sirvieron nunca de nada. “Lo único que tienen de bueno los yanquis son esos breake time con masitas y sanguchitos”, rezaba un comentario de Ferreyra que muy pronto alcanzó la categoría de anécdota policial. Resignado, llamó al director de Institutos Penales y le pidió la libertad de los presos. Como sabía que recibiría un no como respuesta, lo amenazó con ventilar un noviazgo clandestino con una oficial del servicio penitenciario. “Pero, usted sabe que eso no es verdad...”
—¡Dígaselo a su señora!
—Gómez, usted es un hijo de puta.
—¡Gracias señor!, sabía que usted entendería— Y esa misma tarde Alvaro Acosta y Venancio Amor salieron bajo fianza, sin saber que portaban sendos microchips localizadores injertados en la nuca, pues el Sistema Penitenciario y la Justicia ya tenían demasiado con la fuga del Pelusa Tolosa como para aguantar otro escándalo.

La banda de Gatita iba camino al sur, por la ruta 301 cuando, a la altura de Mercedes fue detenida por un control de la Policía Vial. El conductor tenía el carnet de manejo vencido, por lo que le labraron un acta y cambiaron de chofer, caso contrario el vehículo iba a ser secuestrado. Subsanado el inconveniente les permitieron seguir. Al oficial de turno le importaba más el número de actas confeccionadas que el prontuario de los infractores, y fue el único que vio a Gatita a cara lavada, sin disfraces. Le llamaba más la atención la mujer que le besaba el cuello y lo llenaba de cosquillas, mientras se hacía cargo del volante. “¡Basta mujer!, ¿no ves que es peligroso manejar de esta manera?, Por favor oficial, llámele la atención.” Y el oficial saludó con la venia: “Señora, por favor, colóquese el cinturón de seguridad y deje los amoríos para más tarde” Los cinco ocupantes de la Traffic se rieron de la amonestación y Gatita arrancó respondiendo la venia. El oficial sintió envidia por ese grupo díscolo, y recordó su debut sexual en unas vacaciones de mochileros en La Rioja, donde se enamoró de la prostituta más bella y joven del burdel, muy parecida a la mujer que mimaba al conductor de la camioneta con un calco gigante de Garfield en la luneta.
Llegaron a Santa Lucía a plena siesta, y en el gimnasio del club los esperaba Servando Ortiz y un grupo de grandotes malvestidos a quienes presentó como su equipo. Parecían más una banda sobrealimentada de cumbia villera que un staff deportivo. Las camisetas de Atlético que usaban como uniforme estaban gastadas, estiradas y lucían lamparones de aceite y mostaza, evidenciando bacanales de cerveza y sánguche de milanesa. Servando Ortiz entre los gigantes era un enanito de jardín. La chomba impecable con el logo del “Gimnasio Amado Juri” de Las Talitas, el peinado a la gomina y su chuequera de peso pluma contrastaban con sus espárrings pordioseros a los que Gatita bautizaría “Decanitos”. Pero la tarde les traería una sorpresa inesperada: el asesor técnico sería el mismísimo Cirilo Pausa, un Campeón Argentino venido a traficante de hojas de coca, portador de un acullico impresionante. Era, según Amanda, una escena de Los Locos Adams, pero le entusiasmaba la idea de ver a su secuestrador-amante entrenar para una pelea en serio, aunque luego no atestiguaría demasiado, pues la recluyeron en una finca de Zavalía con aire acondicionado y un freezer lleno de helados de agua. Volvieron las pastillas y las noches de sexo con Gatita se hicieron cada vez más salteadas, por lo que ella misma pidió que la ataran, la amordazaran y le pusieran los auriculares y así odiar un poco al hombre que se le estaba haciendo imprescindible.

Gómez buscó en Internet información acerca de los círculos misteriosos y comprobó que los dichos de Ramírez eran ciertos, incluso vio el documental de Discovery Channel recomendado por el oficial, luego de que éste le explicara el modo de “alquilarlo” a través de la televisión satelital. El tema era fascinante, pero no encontraba relación con el caso, por lo que decidió telefonear a uno de sus peritos. Revisó su agenda y le resultó curioso no encontrarlo, el sabía que lo tenía anotado, pero no recordaba dónde. Entonces empezó a pensar cuándo utilizó a un tal Álvaro por sus conocimientos en ufología, y la respuesta fue: nunca. Entonces recordó: lo había conocido en un programa de televisión, cuando se presentó un extraño caso de palanganas voladoras en Concepción, y el tipo analizaba seriamente las fotos de los receptáculos plásticos lloviendo del cielo mientras el piso a pleno contenía la carcajada. El programa era producido por Di Benedetto, por lo que lo telefoneó al instante. Di Benedetto se hizo negar, seguramente estaba enojado porque no le pagaron el peritaje anterior, entonces Gómez se encontró buscando un especialista en ovnis en las páginas amarillas.
No encontró nada al respecto y se rió de la ocurrencia “Las páginas amarillas”, se decía mientras meneaba la cabeza mirando la foto de la inscripción en la pared. Decidió que ya era demasiado tarde para seguir con los pensamientos y se fue a su casa en busca de la palangana de agua tibia y una comida decente para conciliar el sueño. “Palanganas voladoras”, pensó como encadenando pensamientos y volvió a reírse hasta que se dio cuenta de que estaba en la calle y podían burlarse de él por mantener el soliloquio de sus elucubraciones.
En su casa Gómez le hizo una caricia a su hijo que miraba un episodio de Harry Potter en DVD y el niño le contestó: “Mirá Papi, el reloj de la escuela de Harry se parece al frente de la iglesia de mi cole”. “Sí hijo, igual a un...¡crop circle!” y se dirigió a las corridas a la mesa del teléfono, en cuyo cajón la familia guardaba todas las facturas y cuentas pagadas.
—Pero, ¿qué buscás viejo?— lo inquirió su esposa temiendo que armara un gran desorden.
—Busco un folleto de la Parroquia de Fátima, tenía una foto del frente de la iglesia...
—Está en el cajón de tu mesa de luz
—¡Gracias mi amor!— y besó a su mujer con alegría. El caso se iba aclarando.
Aunque permaneció frente a la imagen durante cuatro horas no encontró mucho. Encontró la misma imagen del crop circle, pero había algunas cosas que no llegaba a entender, cabos sin atar, reconocía la cruz, la paloma en representación del espíritu santo, una cruz mas pequeña, el círculo misterioso encerrándolo todo y la estrella de David. Pensaba y zapateaba en el agua de la palangana, pero no llegaba a dar pie con bola. Se entretuvo leyendo la historia de la Virgen de Fátima, la última aparición mariana reconocida por la Iglesia Católica. Sintió un poco de lástima por los pastorcitos porque tuvieron una muerte tan prematura, salvo una niña que sobrevivió hasta ver cumplidos dos de los tres misterios de Fátima: el intento de asesinato del papa Juan Pablo II un 13 de mayo a principio de los ´80 y la consagración de Rusia con la caída del muro de Berlín. Pensaba, anotaba fechas, designios y misterios pero el agua de la palangana se había enfriado bastante, por lo que decidió que ya era hora de irse a la cama. Se fue a dormir muy confundido, tanto como el lector desprevenido que busca en los libros de Victor Sueiro alguna explicación para el tercer misterio de Fátima develado a medias hace algunos años por el Vaticano.

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