25.5.09

Capítulo 7: El "condutor"



El subcomisario Gómez, que estaba a cargo de la investigación, llamó a Marcelo Di Benedetto para el peritaje del video: en la imagen la mujer lloraba constantemente y, entre sollozos, les rogaba a su esposo y a su hijo que entregaran el dinero. Hablaba de una cuenta familiar en el Banco Empresario con dinero de sobra para pagar lo pactado. Di Benedetto quiso preguntar cuánto ganaba un comisario, pero supuso que se metería en camisa de once varas, así que se limitó a informar que se trataba de un trabajo original, primera generación de video, el formato del cassette era VHS Compacto, por lo que probablemente la marca de la filmadora era Panasonic o JVC, pero se inclinó por la primera marca, porque la norma era Pal, y porque se le hizo difícil su reproducción al estar grabada en una velocidad lenta, para ahorrar cinta. “Lo más probable es que se trate de una cámara comprada entre 1995 y 2002, porque está grabada en Súper VHS, una novedad para ese formato. Y lo del ahorro de cinta es una opción que se empezó a manejar después de la crisis de 2001”. Al perito le llamaron la atención el ambiente y el sonido, pero no llegó a opinar porque rápidamente lo echaron con un “Muchas gracias, Marcelo, si te necesitamos te llamamos por teléfono”.

Gómez hizo digitalizar un cuadro del video, lo retocó con photoshop para preservar la imagen de la secuestrada y lo mandó a los diarios para que lo publicaran a la mañana siguiente “¿Dónde vi antes esta habitación?” debía decir el epígrafe a modo de título, y solicitaba que enviaran información a la Brigada de Investigaciones. Pero para cuando salieron los diarios ya estaban detrás de nueve pistas diferentes, pues la televisión ya había publicado el identikit de lugar desde las nueve de la noche hasta el cierre de la transmisión.

El lugar era un rincón con una mesita esquinera con mantel de coco y un teléfono negro, con disco. Observando detenidamente la imagen se podía ver que el teléfono estaba desenchufado. El empapelado antiguo databa de los años setenta u ochenta, pero lucía impecable: una serie de flores de lis doradas combinadas en diagonal sobre un fondo beige, por el brillo, era un papel vinílico. El piso calcáreo decorado y la luz que se proyectaba en la pared izquierda cortada por una transversal en el quinto inferior y a su vez esa quinta parte dividida en dos, como si fuera una antigua puerta balcón, en una habitación con techos altos daban la sensación de que se trataba de una casa de la primera mitad del siglo XX.

La casa sospechosa N° 4 que visitó la brigada pertenecía a un familiar de Gumersindo Parajón en Villa Alem, y el operativo tomó ribetes cinematográficos, con veinte móviles, dos grupos comando, francotiradores y un helicóptero.

El sospechoso salió secándose la transpiración de una noche calurosa, en calzoncillos. Un comando lo tumbó antes de que abriera la boca. La nariz dio un golpe en el piso, pero el hombre, que tendría unos cincuenta años, no pudo verificar el estado de la hemorragia porque sin siquiera darse cuenta estaba esposado, con un borceguí en el parietal y el caño del fusil tapándole la visión. No tuvo más opción que quebrar el llanto “¡Amandaaa!”, gritaba , y todos los puestos remontaron sus armas.

El grupo de ataque entró a la casa y reconoció de inmediato el lugar. Faltaban detalles de los muebles, el teléfono viejo y, lo que era más importante, signos de guarida. Revisaron todos los rincones y no encontraron rastros, conocían las habilidades de Gatita para dejar todos los lugares “claros”, pero errar es humano, y en algún lugar tenían que equivocarse. Pero la búsqueda fue en vano, la casa estaba limpia, y el hombre estaba solo. “Encuentren a la mujer. Si gritó su nombre, es porque está aquí, nosotros nos llevamos a este ‘gardelito’ para que cante”

En la brigada fue sometido a un interrogatorio con apremios que rozaban la ilegalidad. Sólo pudieron averiguar su parentesco con Parajón y que Amanda era el nombre de su esposa, porque su primo Gumersindo llegó vistiendo una guayabera y sombrero panamá haciendo juego, acompañado de un hombre sumiso y silencioso a quien presentó como “mi condutor” y pedía hablar con Gómez, en nombre de “lo derecho humano”. Gómez pidió explicaciones y Parajón se las dio, no sin antes aclararle que se había “equivocado de pollo. Este, mi primo Alberto está medio chufleto desde hace como dos años cuando se ha muerto su mujer, la Amandita...”

—Entonces, Amanda era su esposa.

—¿Y que hablo en chino yo?

Gómez pidió disculpas y ordenó que llevaran a Alberto al hospital. “Sabe lo que pasa, Parajón, nos informaron que la casa era la de él”, le dijo mostrándole la tapa de El Siglo, donde salía la foto del video.

—Si, yo también he pensado en esa casa, pero es imposible que sea, fijese bien que el único rincón con ese empapelado tiene colgado el cuadro oval de mis tíos.

Gómez confirmó los dichos del político con el video del grupo de ataque. Hizo una llamada ordenando quitar el cuadro, y le contestaron que dejaba una marca mucho más clara que el resto del empapelado. Pidió que sacaran otra foto sin el cuadro y que se la trajeran de inmediato. “Encuentren a Di Benedetto”, ordenó, y se fue a tomar un café con Parajón y su “condutor”.

19.5.09

Capítulo 6: Flirt Fatal


Cuando Alperovich fue electo gobernador, la Mossad decidió, sin consultarlo con el político, establecer su base en Tucumán, y se invirtieron 500 mil dólares en la refacción de los dos primeros pisos del hotel Miami. “Plata tirada”, decía Toronowitz que hacía de la austeridad un culto. Sin embargo, esa tarde disfrutaba con lascivia el aire acondicionado y las golosinas del frigobar cuando sonó el teléfono de recepción. Decidió, después de vaciar en su garganta una botellita de Chivas, no atenderlo, era la línea blanca, la pinchada por la SIDE, por lo tanto no sería nada importante, seguramente mensajes banales para hacer creer al espionaje criollo que se trataba de un turista cualquiera. Pero la constancia de la llamada le hizo notar que se trataba de una situación especial. Descolgó el tubo y con la voz dormida contestó: “¿Diga?”

—¿Señor Toro?— Preguntaba tímidamente una voz femenina.

—¿Quién se atreve a molestar el descanso de un león furioso?— Dijo creyendo reconocer la voz de su prometida, la bella mendocina que dejó en la Franja de Gaza cuando lo asignaron de regreso a su país natal, como jefe de operaciones en Tucumán.

—Soy yo Don, la Señorita Rosaura...

—¿Quién?— Toro había sido descubierto con la guardia baja.

—La maestra que usted y sus amigos levantaron en Berdina.

—¿En dónde?

—Camino a los valles, señor, ¿Recuerda?, hoy a la siesta... Tuve que venir a la Secretaría de Educación, y cuando volvía a tomar el ómnibus vi el auto estacionado en la vereda y se me ocurrió, no sé porqué, saludarlo. Pero, ¿porqué está tan temprano de nuevo en la ciudad?, Será porque se suspendió el mitin de carniceros o porque...

—Eh, eh, espere, ¿no le parece que son demasiados porqués para una sola oración...

—Está enojado, Don Toro, lo que pasa es que yo soy una metida... No me haga caso, disculpe la molestia, y gracias por acercarme esta tarde. Adiós.

Y colgó.

—Espere, espere...— se sintió un estúpido hablando solo. Trató de conectarse con el guardia de planta baja por celular, pero las líneas estaban saturadas y perdió a la maestra. “Yo sabía que esta hija de puta era cana”, se culpaba y se castigaba con golpes en el pecho. Odiaba pensarlo. Su teoría sobre los prejuicios había sido pisoteada y la maldita maestra que venía a reírse de él. “Sos un pelotudo”, pensaba y se flagelaba: “Un gran pelotudo de 53 años que se creyó el Rey David porque le dieron un poquito de poder, con un puñado de inútiles torturadores a cargo, ¿De qué mierda te sirvieron, Toronowitz tantos años de entrenamiento y experiencia? Manejás con solvencia cuatro idiomas, 120 armas de guerra y tenés medalla de la academia por lucha libre y defensa personal. ¿Sabés qué podés hacer con las medallas ahora?”. Esa noche no durmió y salió del autismo de su walkman con lecciones de polaco recién a las nueve de la mañana cuando le avisaron que una célula de Al-Qaeda venía desde Puerto Iguazú, camuflada en una delegación diplomática Siria, con planes de secuestrar y luego asesinar al gobernador.

10.5.09

Capítulo 5: Síndrome de Estocolmo



Gatita le contó a su banda el plan diagramado en conjunto con Ale enfriándoles la historia, porque tuvo que tomar la decisión de aceptar la estrategia sin consultarlo con los demás, como acostumbraba, pero el resto de la banda le perdonó el atrevimiento porque les parecía gracioso que el hombre más buscado de la provincia aparecería ante cinco mil espectadores, convertido en el próximo rival del boxeador más convocante de la región. ¡Nacho Manodura!, este Chancha es "chtremendo" hijo de perra, menos mal que no fui yo porque el muy huevón seguramente me bautizaba de nuevo...Y hasta la mujer secuestrada, que estaba ensimismada los auriculares y en un cuarto de helado de chocolate, se rió de la ocurrencia del chileno Erwin. El CD de Sandro se había terminado y la dama escuchaba las conversaciones con disimulo. Un rato más tarde iría cada cual a su cuarto y Amanda, luego de un ataque de abstinencia con gritos y pataleos, tomaría sus pastillas y dormiría muy pegada a Gatita, como solícita de caricias, deseosa de amor ardiente, algo a lo que Ferreyra la había desacostumbrado desde que la sacó del prostíbulo de La Rioja para convertirla en su esposa. Era una mujer bella, tenía apenas 40 años, y un solo hijo de 22. Era la tercera hija de una familia pudiente de Córdoba, pero durante los años ´60 sus padres, seguidores de la doctrina del Che Guevara, sufrieron la cárcel y con sólo seis años de edad despertó en la soledad del piso en Avenida Colón. María Inés García era su niñera, y se la llevó a Chepes, su pueblo natal, envuelta en un mar de lágrimas y con un misal de oro en su bolsillo como única herencia de sus progenitores. Sus hermanos mayores fueron secuestrados con los padres y nunca se supo de sus vidas. En La Rioja todos le creyeron a María Inés cuando les dijo que la niña rubia de ojos pardos era hija suya con su patrón gringo, y que en la casa la trataban como a una más de la familia, y que la pequeña Amandita recibía la misma educación que los hijos de sus patrones, por el solo hecho de ser "una chinitilla lindita". "Los patrones se fueron a vivir a Europa, pero la semana que viene tengo que ir a ver al contador, para que me indemnice". El gobierno de Onganía cerraba fábricas para neutralizar el movimiento obrero, importaba bienes de consumo y los cambios sociales eran traumáticos e intensos. La historia de la niña era verosímil, y nadie la puso en duda, porque a la semana, María Inés fue a Córdoba a buscar al contador y no volvió más, y nunca más se supo de ella hasta que su nombre apareció en los listados de la CoNaDeP. Amanda se crió con sus abuelos postizos creyéndolos carnales, hasta que en 1980 viajó a Córdoba a buscar a su padre, pues su primera infancia era un vago recuerdo de tardecitas al lado de la pileta con chocolatadas tomadas con pajita junto a dos preadolescentes que la maltrataban. No recordaba el colegio de monjas, ni el viaje a las Cataratas que su abuelo le mostraba en fotos, acompañada de su madre María Inés y "los hijos de los patrones". El viaje a Córdoba fue un descubrimiento adolescente de la vida urbana. "La marearon las luces de la ciudad", decía su abuelo para explicar su traslado desde la pensión de señoritas en la capital cordobesa al prostíbulo de La Rioja, donde había sido vista por un viajante de comercio.
Por esos entonces, otro que buscaba sus orígenes era el Comisario Facundo Ferreyra, que viajó a conocer a su amigo por correspondencia, el recién asumido gobernador Carlos Menem. El comisario llevaba el nombre del caudillo riojano Facundo Quiroga, y era un enamorado de la épica de Chacho Peñaloza. Menem se identificaba con ambos, y si se le permitía a un hombrazo como él amar a otro hombre, ese amor se lo dedicaría a la persona del gobernador riojano, a quien seguiría amando hasta la muerte.
El mundo está hecho de coincidencias, de horribles coincidencias, de majestuosas y frágiles coincidencias, y una de esas coincidencias puso, luego de una noche de encuentros programados, a un borracho y alegre Facundo Ferreyra en el cabaret donde Amanda hacía su rutina de Marilyn Streaper. "Hoy estuve con el gobernador...", le dijo el comisario mostrándole una medalla con el escudo provincial, luego de pagar 10 mil pesos argentinos por una copa a su lado "...y me ha dicho que elija lo que quiera de La Rioja, que me lo daba, y yo te elegí a vos, muñeca, porque sos una chinitilla lindita" Y la frase hizo click en la memoria de Amanda atándola para siempre a ese gigante de patillas largas y voz ronca. "Entonces decile al gobernador que te preste cinco mil dólares para sacarme de aquí", le espetó como corriéndolo a ponchazos.
A los dos meses los Ferreyra eran una familia, porque el pequeño Amado estaba en camino y las piernas torneadas de la bella Amanda eran la envidia de los Té Canasta en el Casino de Oficiales de la Policía de Tucumán. Las cosas marchaban bien: ella sabía de sus infidelidades, que mantenía a otras mujeres, porque estaba creído que él era un caudillo, y un caudillo que se precie de tal debe dejar su semilla por doquier. Tenían un acuerdo matrimonial tácito, y Ferreyra lo defendía a capa y espada: no se le permitía reconocer legalmente a ningún hijo, y dormirían en cuartos separados. La noche que él quisiera sexo debería girar el sifón dos vueltas sin levantarlo de la mesa, como observando su etiqueta, y ella tendría tiempo de lavar la vajilla y de arreglarse para la noche. Él debía ducharse jabonándose con fruición y perfumarse con agua de azahar. Un mes sin girar el sifón significaba para la mujer un gran desprecio y un disgusto sin par. Por ello el matrimonio se jaqueaba con puteadas y arañazos de Amanda. Entonces Ferreyra aducía guardias de semanas enteras. Semanas en las que la mujer se sometía a huelgas de hambre que la dejaban al borde de la anemia y la desnutrición.
No podemos asegurar que Gatita supiera del acuerdo de los Ferreyra, pero creer lo contrario sería subestimarlo. Estudiaba a sus víctimas con gran destreza y odiaba a quienes le reconocían solamente la habilidad del disfraz. Esa noche, cuando Amanda lo abrazó fuerte desde atrás, sintió un gélido placer que le subía por la espina dorsal. Entonces, sólo entonces, supo que era la víctima correcta, que Ferreyra hubiera dado todo por ella. Pero no calculó que se moriría en un accidente para dejarle toda la responsabilidad al imbécil de su hijo. El trato era simple: Núñez pedía la libertad de dos compañeros condenados a cadena perpetua y 150 mil pesos por Amanda. Ella se enojó mucho cuando se enteró de lo poco que valía, pero luego de un toque de lexotanil y una explicación sobre la importancia de dos amistades surgidas en la cárcel, la mujer consideró que su precio era el correcto. La rispidez de las negociaciones hacían que el dinero fuese insuficiente y necesitaban llegar a un acuerdo urgente, por lo que en el último contacto Gatita puso los puntos sobre las íes: "Mirá pendejo, tu vieja se muere, ni siquiera vamos a necesitar matarla nosotros, no come y llora todo el tiempo. Tengo dos locos peligrosos vigilándola, si ella les mata la cabeza, la queman. Así que por lo menos andá pidiendo la liberación de los changos, que la guita es lo de menos", mintió, "pero acordate que por día de atraso te voy a cobrar 10 lucas de interés".
Silencio al otro lado de la línea: "¡Dále! ¡Contestame!"
—Gatita, vos tenés que entender el dolor por el que estoy pasando...
—¡No te hagás el pelotudo!, que no soy un gil de telenovela yo. ¿Cuándo largan a los vagos?
—Eso es imposible. El gobernador es el único que puede darles la amnistía...
—¡Qué amnistía, ni las pelotas!, ¡Vos los largás por las buenas o por las malas, los dejás pirar sin levantar la perdiz, porque nadie sospecha que la libertad de los vagos está en el acuerdo!... Parece mentira... Yo tengo que hacer todo por vos... ¡Cagón de mierda! Si yo sabía que iba a tener que tratar con un aca blanda como vos...
—¡Si tratabas con mi viejo seguro que te cagaba a tiros, hijo de puta!
—¡Por lo menos me hubiese enfrentado con un hombre! No con un pelotudo alegre que va a dejar morir a su madre. Es tu vieja, gil, hacete cargo. Si te presionan los politiqueros extorsionalos, deciles que sabés de sus vidas, de la casa en la que viven, del whisky que chupan, de las mujeres con que duermen y de la resaca con que despiertan. ¡No puedo creer que seas hijo del Grande Jefe! ...
Silencio en la línea. No, silencio no. Se sentían las frituras del pinchazo telefónico, los bufidos de Ferreyra y la risita apretada de Gatita. Él tenía el "quiero", pero no se confiaba, no quería dejar escapar la posibilidad de acordar rápido y salir limpio.
—Está bien, Gatita, tenés razón, dame 48 horas...
—12.
—24.
Soltá a los dos changos esta noche y mañana entregame la guita.
—¡Hecho!, pero dame una prueba de vida de mi vieja.
—¡Bueno!, ¡Al fin mi perro atrapó una mosca!: En el casillero N° 42 del Vea del Casino hay un video que filmamos recién, se escucha de fondo la voz de Silvia Rolandi en Radio Universidad. Son las noticias de la mañana. No confío en vos, pero quisiera hacerlo. ¡Ah!, ella no sabe nada de tu viejo, así que andá buscando psicólogo.
Colgó.
Amado, que al principio había sentido desprecio por el secuestrador, había descubierto que contenía un costado humano. Quedó estupefacto por la acción, por conservarla lejos de la cruda realidad. Sabía que su madre no resistiría el cautiverio con la presión de saber muerto a su esposo. Los policías que seguían la conversación por auriculares contiguos se miraron y salieron corriendo hacia el súper de Avenida Sarmiento. Cuando Amado Ferreyra reaccionó, un cuerpo de la brigada de explosivos arribaba al lugar. Encontraron la cinta prometida, envuelta en dos bolsas de residuos y sellada con cinta de embalar. Él sentía que todo alrededor se movía y giraba como cuando se fija la vista en el horizonte mientras se está un una calesita, era lo más parecido a un desmayo de baja presión. Amado estaba en un sueño, hasta que lo rescataron de allí los gritos del subcomisario Gómez.
—¿Qué te pasa Amado? ¿Estás loco?, No me asustés boludo, tenías la vista perdida como un idiota que...
—¡Se la está cogiendo!
—¿Qué?
—¡Este hijo de tres mil putas de Gatita se está cogiendo a mi vieja!

7.5.09

Pausa: Cárcel de Mujeres



En un foro de Educ.ar surgió esta experiencia de Natalia Zapata. Imperdible la nota que está enlazada al final

Trabajé en la Unidad Penal 9 de La Plata, en la unidad 8 de Mujeres de La Plata también, en la 36 de Magdalena y la unidad penitenciaria Nº 3 de San Nicolás.
Por nuestras experiencias, creemos que muchos jóvenes que en los 90 fueron excluídos de las escuelas, sus padres y abuelos han quedado desocupados, las familias disgredadas y demás; el uso de drogas y la exclusión los lleva muchas veces a la delincuencia y a esos jóvenes la única respuesta que les da el Estado es la cárcel. Lamentablemente cuando salen no están preparados para trabajar (porque la institución punitiva no lo favorece y porque la sociedad no está preparada para recibirlos) es un círculo vicioso. Intentamos poner nuestro granito de arena ahí para hacer algo productivo.
Les cuento que en una oportunidad, una periodista nos acompañó al taller de comunicación y producción radiofónica que dábamos en la cárcel de San Nicolas y realizó una crónica muy linda que está publicada en el libro "Más allá de víctimas y culpables". Acá les dejo el link que habla de nuestra experiencia. No obstante, es interesante el material entero ya que se pueden leer distintas experiencias de prácticas de educación en América Latina para reducir el clima de violencia e inseguridad:
Nota cárcel: www.c3fes.net/docs/argentina_luduena.pdf
Libro: www.c3fes.net/docs/masalladevictimas.pdf

5.5.09

Capítulo 4: Fucking crop circle!



Toronowitz exploró el lugar a la orilla de la ruta buscando pistas para agregar al paupérrimo expediente de la policía local. “Son unos ineptos”, decía para sí al principio, pero a medida que pasaban las horas de búsqueda infructuosa, iba dándole la razón a los investigadores tucumanos. Esperaba encontrar las puntas de este misterio, colillas de cigarrillos, paquetes de galletitas, cartuchos de escopeta, sangre seca que chorreó de algún puñal, en fin, algún indicio que lo llevara a conectar esas muertes con la sociedad de consumo. “La gente común come mierda”, pensaba, y se reprimía a sí mismo por el prejuicio. Odiaba a los prejuiciosos por apresurados e influenciables, eran peores que los antisemitas que conoció en su vida. Miento, todos los antisemitas que el Toro tenía en su haber cometieron el error del prejuicio, por eso los odiaba, por eso los había matado sin asco, y aveces sentía placer, por eso se odiaba a sí mismo cuando un preconcepto se le cruzaba para nublarle los pensamientos...
—¡Toro!— Gritó Moisés señalándole el campo del otro lado de la ruta.
Serían unas 15 hectáreas de caña de azúcar, pero tres o cuatro surcos estaban quebrados en la base y rápidamente el cerebro del jefe hizo la relación. 29 de abril, la zafra comienza, con suerte, a fines de mayo. La caña todavía está tierna, con el tallo flexible, difícil de quebrar en la base. No está siendo cosechada, ni abonada, ni fumigada. Alguien, ajeno a la tarea del cultivo de caña de azúcar abrió la extraña brecha, pero... ¿quién? Recordó que antes de levantar a la maestra había visto una pista de aterrizaje para los aviones fumigadores y pidió que pegaran la vuelta. Regresaron unos kilómetros y convencieron al fumigador que lo llevara. Fue el Toro solo, porque no había lugar para nadie más, es más, hubo que ayudar a desmontar el tanque de 200 litros que ocupaba la segunda plaza del avión.
Sobrevolaron la zona y encontraron lo que Toronowitz no quería encontrar: en la caña había una señal gigantesca, de esas que aparecen en los trigales europeos y norteamericanos, y que son atribuidas a naves extraterrestres. Después de su habitual puteada en hebreo dijo “Crop Circle” sacó dos fotos con la cámara de Anselmo y le estiró un billete de 100 dólares al piloto pagándole el viaje. Le dio otros 50 para que no contara lo que había visto desde el cielo. “No me traicione, amiguito, porque la va a pasar fulera, ya vamos a encontrar a los pelotudos desocupados que anduvieron haciendo dibujitos en el cañaveral”, le dijo corriendo el saco para mostrarle la 45 milímetros que llevaba en la sobaquera. Pero el piloto, lejos de demostrar temor, le espetó: “Ustedes los canas creen que se las saben todas, y amenazan a todo el mundo. Usted me dio 50 dólares para que yo me callara, y yo me voy a callar, eso se lo juro, y mi palabra vale; pero si le sirve de algo, y este dato es gratis, esa marca apareció hoy, ayer a la tarde un periodista, que pagó mucho menos que usted, me pidió que lo llevara a hacer unas tomas aéreas de la zona de las muertes, y esa marca que acabamos de ver no estaba... ¡De nada!” Y no se habló más hasta que aterrizaron el Pipper de manera majestuosa, tanto que Toronowitz lo tomó como una sobrada del aviador.
“Crop Circle” le dijo al resto del grupo, y nadie pareció sorprenderse. “¡Para colmo andamos regalando la guita de Sión a esta manga de comemierdas!, ¡vamos Mosh!, ¡revelemos las fotos y busquemos algo fuerte que necesito un trago!”
Se trataba de un círculo de aproximadamente una hectárea, con cuatro pequeños dientes hacia afuera señalando los puntos cardinales. Adentro había otro círculo excéntrico, hacia el sudoeste. Era una bella imagen, pero necesitaban saber la hora exacta en que había sido formada. El Toro se enojaba y blasfemaba con frecuencia, porque las señales siempre habían sido un misterio irresoluto en su carrera. En Israel había descubierto a unos cuantos campesinos desocupados que querían gastarle una broma a todo el mundo con una señal parecida, pero, además de ganarse la expulsión del kibutz se llevaron de yapa una paliza de este oficial del Mossad que estaba ávido de torturas y ascenso. Pero ese había sido el único caso relacionado con señales que resolvió. Los otros estaban íntimamente ligados al SIDA y la APV.