19.5.09

Capítulo 6: Flirt Fatal


Cuando Alperovich fue electo gobernador, la Mossad decidió, sin consultarlo con el político, establecer su base en Tucumán, y se invirtieron 500 mil dólares en la refacción de los dos primeros pisos del hotel Miami. “Plata tirada”, decía Toronowitz que hacía de la austeridad un culto. Sin embargo, esa tarde disfrutaba con lascivia el aire acondicionado y las golosinas del frigobar cuando sonó el teléfono de recepción. Decidió, después de vaciar en su garganta una botellita de Chivas, no atenderlo, era la línea blanca, la pinchada por la SIDE, por lo tanto no sería nada importante, seguramente mensajes banales para hacer creer al espionaje criollo que se trataba de un turista cualquiera. Pero la constancia de la llamada le hizo notar que se trataba de una situación especial. Descolgó el tubo y con la voz dormida contestó: “¿Diga?”

—¿Señor Toro?— Preguntaba tímidamente una voz femenina.

—¿Quién se atreve a molestar el descanso de un león furioso?— Dijo creyendo reconocer la voz de su prometida, la bella mendocina que dejó en la Franja de Gaza cuando lo asignaron de regreso a su país natal, como jefe de operaciones en Tucumán.

—Soy yo Don, la Señorita Rosaura...

—¿Quién?— Toro había sido descubierto con la guardia baja.

—La maestra que usted y sus amigos levantaron en Berdina.

—¿En dónde?

—Camino a los valles, señor, ¿Recuerda?, hoy a la siesta... Tuve que venir a la Secretaría de Educación, y cuando volvía a tomar el ómnibus vi el auto estacionado en la vereda y se me ocurrió, no sé porqué, saludarlo. Pero, ¿porqué está tan temprano de nuevo en la ciudad?, Será porque se suspendió el mitin de carniceros o porque...

—Eh, eh, espere, ¿no le parece que son demasiados porqués para una sola oración...

—Está enojado, Don Toro, lo que pasa es que yo soy una metida... No me haga caso, disculpe la molestia, y gracias por acercarme esta tarde. Adiós.

Y colgó.

—Espere, espere...— se sintió un estúpido hablando solo. Trató de conectarse con el guardia de planta baja por celular, pero las líneas estaban saturadas y perdió a la maestra. “Yo sabía que esta hija de puta era cana”, se culpaba y se castigaba con golpes en el pecho. Odiaba pensarlo. Su teoría sobre los prejuicios había sido pisoteada y la maldita maestra que venía a reírse de él. “Sos un pelotudo”, pensaba y se flagelaba: “Un gran pelotudo de 53 años que se creyó el Rey David porque le dieron un poquito de poder, con un puñado de inútiles torturadores a cargo, ¿De qué mierda te sirvieron, Toronowitz tantos años de entrenamiento y experiencia? Manejás con solvencia cuatro idiomas, 120 armas de guerra y tenés medalla de la academia por lucha libre y defensa personal. ¿Sabés qué podés hacer con las medallas ahora?”. Esa noche no durmió y salió del autismo de su walkman con lecciones de polaco recién a las nueve de la mañana cuando le avisaron que una célula de Al-Qaeda venía desde Puerto Iguazú, camuflada en una delegación diplomática Siria, con planes de secuestrar y luego asesinar al gobernador.

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