26.4.09

Capítulo 3: Géneros cambiados

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Gatita era consciente de su destino, pero no era temeroso de la situación sino cuidadoso en extremo: se paraba en los medidores y anotaba en una carpeta como si de veras anduviera haciendo lectura de los consumos de electricidad y tranquilizó a un par de usuarios que se quejaron por el aumento de las tarifas. "Usted, lo que tiene que hacer es asistir a las audiencias públicas y hacerse oír, seguramente no le van a dar la palabra, por eso le recomiendo que vaya con diez o quince amigos y hagan coros, defiendan lo que es suyo". Con el último quejoso se le fue un poco la mano, porque el tipo se emocionó hasta las lágrimas con la arenga de Gatita y tuvo que contenerlo con un abrazo hasta que apareció un hijo del hombre y se lo llevó adentro. El secuestrador saludaba corriéndose el casco para arriba con el canto del dedo índice, y acomodándose los Rayban, se decía para sí "¡Qué grande sos, Gatita!, ¡que actorazo!, ¡al Colón!, ¡al Colón!" Llegó al bar de Risco, y pidió hablar con el propietario en nombre de Ignacio Estrada, supervisor de Edet, código que el bárman entendió enseguida y lo hizo pasar al privado con la pregunta "y usted ¿que toma?" "Una tónica con hielo y limón" "Inmediatamente se lo traigo, señor", y le corrió la cortina antimosca para que pasara señalándole la primera puerta a la derecha que Gatita abrió desconfiado, con un golpe seco a la altura de la cerradura. "Pase amigo, y cierre la puerta que se va el aire" lo llamó un hombre gigantesco sin dejar de apantallarse, luciendo una camisa floreada y la barba de dos días, típico arquetipo holliwoodense de narco latinoamericano a quien reconoció como la chancha Ale. Gatita, un grandote de un metro ochenta y cinco, y ciento cinco kilos se sintió pequeño ante la figura de Ale que, aún sentado, parecía inmenso y daba miedo. "Usted imaginará, Núñez, que estoy de vacaciones, ¡claro que se lo imagina!, si usted es un maestro del disfraz..." dijo Ale despegándose la camisa transpirada del voluminoso cuerpo. Gatita tomó una silla y se sentó frente a él. Valoró terriblemente que lo llamara por el apellido, y no por el estúpido apodo que le puso años atrás el sargento que lo capturó luego de un gran robo, disfrazado de linyera, rodeado de gatos. Y era evidente que Ale esperaba el mismo trato de su parte, estaba de acuerdo, porque a pesar de la paquidérmica apariencia de su interlocutor se dispuso a llamarlo por su nombre: "Usted me halaga, Rubén, y créame que es un gusto verlo...Lo visito porque necesito de su ayuda, como se habrá enterado, con los muchachos tenemos a la mujer del Grandote, y ya se me está haciendo difícil mantenerla oculta. El lugar es seguro, pero tengo a los gurkas de la Brigada pisándome los talones, y ya me estoy entrando a desesperar. Sinceramente, si usted Rubén no me da una mano, me voy a ver obligado a soltarla" —¡Y suéltela!, ¡Para qué carajo me viene con mariconadas a mí!. No me está haciendo ningún favor esa mujer guardada... Aunque, vos sabés Nuñez que una mano lava a la otra... —Y entre las dos lavan el culo... Estallaron las carcajadas. Gatita sintió un gran alivio. El dato de que a Rubén Ale le gustaban los chistes subidos de tono le sirvió para poner paños fríos en la conversación y sabía, porque también estaba en el informe, que ante un chiste agradable siempre se largaba con la misma anécdota: —¿Vos sabías que una vez lo he traído al sucio de Jorge Corona para que nos cuente chistes en una fiesta de ARUT? —No, ¡contame!— mintió y empezó a planear el contragolpe. La anécdota era tonta y aburrida, pero Gatita simulaba prestarle atención con tónicos ajás y risitas entre dientes. Cuando creyó que se estaba aguando el leit motiv de la entrevista, que era poner al gigantón de su lado y lograr su colaboración, ordenó todo en su cabeza y lo cortó en seco: —Disculpáme Rubén que te interrumpa, pero ¿es cierto que en la última pelea de Pucheta has reventado cuatro sillas? —¡Qué hijos de puta!— gritó la Chancha poniéndose serio, como enojado por el atrevimiento. Esperó que a Gatita le cambiara el semblante, se le borrase esa sonrisita pelotuda de la cara y tragara saliva amarga. Sólo después de hacerlo sufrir un rato soltó la carcajada: —¡Siiiii, la puta que los parió al pelotudo de Pucheta, a Rolo Marín y a los hijos de tres mil putas que alquilan esas sillas mariconas con patas de galletita! ¡Sí, boludo, no puedo dejar de cagarme de risa cuando me acuerdo: la pila de sillas hechas aca! —Te lo pregunto Rubén, porque creo que te interesa: mi hermano es médico nutricionista, y tiene una clínica en Valparaíso, Chile. Yo estaba pensando que una vacaciones en serio te vendrían bien, el cambio de aire, y este calor de mierda que veo te está reventando, es la mejor oferta que te puedo hacer, viejo. Con todo respeto, creo que con un par de kilos menos, los basura estos te tratarían mejor, como vos te lo merecés. No estoy aquí para mandar a perder a nadie, pero los choferes de la Cinco Estrellas se burlan de tu gordura, y los soretes del gobierno creen que tu obesidad les da el derecho de referirse a tu persona como el "dueño de la pelota". Rubén, yo te aprecio por lo que sos, pero ahora estoy necesitando lo que vos tenés, con toda sinceridad te lo digo, lo que no me hace diferente a nadie, pero intento ir un poquito más allá con esta amistad que siento que está empezando a dibujarse entre nosotros. Quiero pedir rescate por última vez, y si ese pendejo boludo de Ferreyra no se interesa por su madre, yo lo siento mucho viejo, le doy caño a la tía y me mando a mudar con los changos, y a este favor te lo pago con la internación en la clínica de mi hermano, donde te van a atender a cuerpo de rey, aunque te aseguro te vas a cagar de hambre viejo, pero vas a venir nuevito, listo para operarte, hacerte ese by pass estomacal y cogerte como chancho alquilao a todas las putitas que quieras... —¡Basta!— Interrumpió Ale —No seas pelotudo, Núñez, no le podés prometer el oro y el moro a quien lo tiene todo, o acaso no sabés que por razones religiosas yo no puedo tener más que una mujer... —¿Es una joda?, ¿es otro de tus chistes? ¿Razones religiosas, no eras musulmán vos? —No, boludo— le contesto conteniendo con los dientes la risa, —ya quisiera que fuera una joda, porque yo ya voy haciendo un millón de dietas, ya me interné en Cormillot, me hice de la secta Dieta Club, de ALCO, y de la puta madre que lo parió. Casi me muero por ponerme el anillo para adelgazar— se le notaba que hablaba en serio, porque la sonrisa ya se le había escapado de los dientes —Dejame que yo te haga la propuesta... En eso entró a la habitación un grandote musculoso en camiseta malla con un termo y un equipo de mate. Gatita interpretó la interrupción como una señal para dar por finalizada la entrevista, y se paró extendiéndole la mano a la Chancha. —¿Adónde se va? No, espere que yo le tengo que decir algo...— Y se dio cuenta de que estaba molesto por la presencia del hombre del mate. —¿No lo reconociste, no?, Está todo bien, Núñez, este es Manuel Pucheta, "el bombardero del Mercofrut". Y vos, pelotudo, no sabés que cuando estoy con gente tenés que saludar, dale, saludá a Car..., no saludá a Ignacio Estrada, el mejicano "Nacho Manodura" tu próximo rival…

Capítulo 2: Torazo en Rodeo Ajeno





La tarde de Famaillá caía como una maldición sobre el asfalto a punto de chocolate y los dos Fiat Duna de la Mossad dejaban en el camino una estela de freón como etérea pista para nadie, pues nadie los seguía, sólo la malicia de la pérdida de gas del equipo de aire acondicionado del auto donde viajaba Toronowitz. A la altura del río Caspinchango el viento que emanaba del tablero se había puesto rancio y caliente. "Basta ya, yo me paso al otro auto", dijo y el chofer puso el guiño para parar en la entrada de Berdina, uno de los cuatro pueblos fundado por Bussi durante la última dictadura militar. "Cambiamos de coche, Moisés", le dijo por radio al acompañante del segundo auto, y Moisés asintió con obediencia espartana, alegrándose de las ocurrencias de su jefe, que cambiaba de vehículo a mitad de camino por razones de seguridad, pero le sorprendió que Toronowitz invitara a subir a su auto a una maestra que hacía dedo, como burlándose de todas las reglas del buen espía. Pero supuso que utilizaría a la docente para recabar más información sobre los cadáveres aparecidos en Santa Lucía el día anterior. "Esas cosas raras suceden de vez en cuando por aquí, la gente del lugar tiene una mentalidad muy primaria", dijo la maestra "ellos creen que si un sapo es capaz de tragar un foco de 100 vatios en el pueblo va a haber una desgracia, ¡Y hubo cinco!, algo raro debe haber aquí, porque los muertos, se cree que murieron de mordeduras de perros salvajes, ya hubo quien le hechó la culpa al lobizón, al familiar y vaya a saber uno que otra estupidez más,,,"
—¿A usted le parece una estupidez?—, preguntó el jefe, mirándola fijamente a los ojos, escrutando el umbral del temor de la mujer.
—N-n-no, yo no creo en supercherías. Contestó la maestra, presa temerosa del inquisidor.
—¿Ustedes van hasta allí a ver los muertos, no?
—No, nosotros vamos a Tafí del Valle, a una convención de carniceros, ¿porqué?
—Porque tienen pinta de policías. Pero no me haga caso, ahora que los veo más detenidamente sí tienen aspecto de carniceros, aunque, si me permiten que los investigue, les preguntaría ¿cuál es el corte que más se vende?
—Hoy en día el puchero y los blandos para milanesa. Dijo el Toro con solvencia, como si fuera un verdadero experto.
—Eso porque usted no tiene docentes de clientes...—contestó la maestra, soltando una carcajada, feliz de su ocurrencia.
—Volvamos a los cadáveres. Dicen que fuerzas extrañas son las manos asesinas, yo a ese verso no me lo trago. Ustedes, la gente de campo, le otorgan mucho crédito a ese asunto. Yo, por ejemplo, sé que la carne es tierna si la mitad es pequeña y si tiene grasa blanca. Mi mujer, que vende zapatos, sabe que los números entre el 36 y el 40 son los que más hay que encargar, mi mamá trató toda su vida con sirvientas y obreros de fábricas levantando quiniela clandestina, y sabía que con esa gente no se podía contar: si ganaban exigían un porcentaje mayor que la oficial, y si perdían muy seguido le echaban la culpa a los diablos y la clavaban a la pobre vieja con los fiados, ¡encima la acusaban de hechicera!
La tripulación entera se rió con la anécdota del Toro, pero la maestra interrumpió las carcajadas con un "Ahí está el lugar, allí murieron los cinco". El silencio se adueñó del coche y Anselmo que viajaba en la parte de atrás, le sacó una foto a la curva. Ante la mirada de los demás se justificó diciendo "Ustedes saben que mi mujer me pidió fotos de todo", y, una vez lograda la aprobación del grupo dijo "espero acordarme del motivo de la foto..." Llegando al cruce de Zavalía el Duna se detuvo para dejar a la maestra, que agradeció el viaje expresando "¿Les debo algo?", "Si, la vida", dijo Toro seriamente y luego dejó escapar la carcajada, contagiando a todo el grupo y la maestra salió corriendo a subirse en el Santa Lucía que iba a Monteros, con la boca seca del miedo, rascándose la gran roncha que le dejó en la nuca el mosquito de la curiosidad.