26.4.09

Capítulo 2: Torazo en Rodeo Ajeno





La tarde de Famaillá caía como una maldición sobre el asfalto a punto de chocolate y los dos Fiat Duna de la Mossad dejaban en el camino una estela de freón como etérea pista para nadie, pues nadie los seguía, sólo la malicia de la pérdida de gas del equipo de aire acondicionado del auto donde viajaba Toronowitz. A la altura del río Caspinchango el viento que emanaba del tablero se había puesto rancio y caliente. "Basta ya, yo me paso al otro auto", dijo y el chofer puso el guiño para parar en la entrada de Berdina, uno de los cuatro pueblos fundado por Bussi durante la última dictadura militar. "Cambiamos de coche, Moisés", le dijo por radio al acompañante del segundo auto, y Moisés asintió con obediencia espartana, alegrándose de las ocurrencias de su jefe, que cambiaba de vehículo a mitad de camino por razones de seguridad, pero le sorprendió que Toronowitz invitara a subir a su auto a una maestra que hacía dedo, como burlándose de todas las reglas del buen espía. Pero supuso que utilizaría a la docente para recabar más información sobre los cadáveres aparecidos en Santa Lucía el día anterior. "Esas cosas raras suceden de vez en cuando por aquí, la gente del lugar tiene una mentalidad muy primaria", dijo la maestra "ellos creen que si un sapo es capaz de tragar un foco de 100 vatios en el pueblo va a haber una desgracia, ¡Y hubo cinco!, algo raro debe haber aquí, porque los muertos, se cree que murieron de mordeduras de perros salvajes, ya hubo quien le hechó la culpa al lobizón, al familiar y vaya a saber uno que otra estupidez más,,,"
—¿A usted le parece una estupidez?—, preguntó el jefe, mirándola fijamente a los ojos, escrutando el umbral del temor de la mujer.
—N-n-no, yo no creo en supercherías. Contestó la maestra, presa temerosa del inquisidor.
—¿Ustedes van hasta allí a ver los muertos, no?
—No, nosotros vamos a Tafí del Valle, a una convención de carniceros, ¿porqué?
—Porque tienen pinta de policías. Pero no me haga caso, ahora que los veo más detenidamente sí tienen aspecto de carniceros, aunque, si me permiten que los investigue, les preguntaría ¿cuál es el corte que más se vende?
—Hoy en día el puchero y los blandos para milanesa. Dijo el Toro con solvencia, como si fuera un verdadero experto.
—Eso porque usted no tiene docentes de clientes...—contestó la maestra, soltando una carcajada, feliz de su ocurrencia.
—Volvamos a los cadáveres. Dicen que fuerzas extrañas son las manos asesinas, yo a ese verso no me lo trago. Ustedes, la gente de campo, le otorgan mucho crédito a ese asunto. Yo, por ejemplo, sé que la carne es tierna si la mitad es pequeña y si tiene grasa blanca. Mi mujer, que vende zapatos, sabe que los números entre el 36 y el 40 son los que más hay que encargar, mi mamá trató toda su vida con sirvientas y obreros de fábricas levantando quiniela clandestina, y sabía que con esa gente no se podía contar: si ganaban exigían un porcentaje mayor que la oficial, y si perdían muy seguido le echaban la culpa a los diablos y la clavaban a la pobre vieja con los fiados, ¡encima la acusaban de hechicera!
La tripulación entera se rió con la anécdota del Toro, pero la maestra interrumpió las carcajadas con un "Ahí está el lugar, allí murieron los cinco". El silencio se adueñó del coche y Anselmo que viajaba en la parte de atrás, le sacó una foto a la curva. Ante la mirada de los demás se justificó diciendo "Ustedes saben que mi mujer me pidió fotos de todo", y, una vez lograda la aprobación del grupo dijo "espero acordarme del motivo de la foto..." Llegando al cruce de Zavalía el Duna se detuvo para dejar a la maestra, que agradeció el viaje expresando "¿Les debo algo?", "Si, la vida", dijo Toro seriamente y luego dejó escapar la carcajada, contagiando a todo el grupo y la maestra salió corriendo a subirse en el Santa Lucía que iba a Monteros, con la boca seca del miedo, rascándose la gran roncha que le dejó en la nuca el mosquito de la curiosidad.

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