27.6.09

Capítulo 10: Purasangres en la Volanta




Moisés cerró el Duna con llave y le deslizó el comentario al Toro de que estaban en los parajes de Gumersindo Parajón.
“No hay peor cosa para un agente de la Mossad que meterse en quilombos locales...”, le contestó como para dar por terminado el tema.
“Vos no me entendés, te lo comento porque en todos los diarios están hablando de un secuestro, y al parecer, a la mujer la tienen por esta zona...”
—Pero, ¿Parajón no es un político?
—¡Claro!, y dicen que tiene un pariente que se dedica a secuestrar mujeres y a pedir altos rescates, pero esta vez se le fue la mano: secuestraron a la mujer de un jefe de policía.
—¿Cómo?, ¿Y vos no me lo informaste?
—¡Sí, señor!, te dejé el informe hace tres días...
—¡No puede ser!, duermo sobre una pila de papeles... ¿Sabés qué? Me voy a ir a buscarlo a José, no vaya a ser que a éste lo boleteen en el camino. Conseguime pasaje a Dublín para mañana. Esta delegación de mahometanos en el Garden Park me huele a cortina de humo. Yo no me como ninguna, Moisés— ya había cobrado seguridad, y hablaba con solvencia, haciendo planes —en dos días estoy con el ‘Joshua’ y de paso me renuevo, este asunto y la lejanía de la de mi amada me están haciendo chochear. No se puede andar “gagá” por la vida y para colmo, con el bufoso en el bolsillo...
—No te des vuelta
—Qué carajo...—– y se dio vuelta, nomás.
—¡Señor Toro!— la maestra de campo...
—¿La conozco?— se hizo el distraído.
—Pero, señor Toro, ayer después de mediodía, ¿se acuerda?
—Ah, claro, ¿la maestra de la Escuela de Policía?— le tendía una trampa, sabía bien de quién se trataba, pero quería hacerla pisar el palito.
—¡Usted...es un pícaro! Primero me miente que no es policía y después me acusa de cana a mí...
—Que yo sepa, no es ningún delito ser cana, pero no: soy carnicero. Yo sé que usted desconfía de mí porque no hay sangre en mis manos, porque tengo cara de otra cosa, menos de matarife. ¿Acaso hay que tener apellido árabe para ser carnicero aquí?. Mi verdadero apellido es Toranzo, los muchachos me dicen Toro para que me remuerda la conciencia, me cargan con eso de que yo vivo de la muerte de mis congéneres y toda la bola. Y ahora permítame a mí que la investigue: ¿Qué hace una maestra rural por aquí?, no se supone que usted debería estar enseñando...
—No, vine a la Morgue Judicial a identificar el cadáver de un pariente lejano, un tío solitario y alcohólico que murió atropellado anoche por una rastra cañera...
—¡Qué tragedia!
—¿Vio?, y ustedes ¿Qué hacen por acá?
—Nada, vinimos con Moisés a un remate de animales. Lo que me resulta extraño que sea en la morgue...
—No, a ustedes deben haberlos mandado a la Volanta, la policía montada, queda a la vuelta, por la Jujuy, ahí tienen presos a los animales que andan sueltos en las rutas y los remata una vez al mes.
—Ah, claro. Bueno, un gusto volver a verla señorita...
—Señora— se apresuró a corregirlo. —Rosaura Marquez de Brahim...
—No me entendió, por más que sea casada, usted para mí es señorita. Por “Señorita Maestra”, ¿capische?
—Perfectamente, Cirilo, ahora se sienta en su lugar y no moleste a Etelvina.
Moisés lanzó una carcajada estridente y Rosaura y el Toro se le unieron. Un velo invisible de sospecha y desconfianza envolvía a los tres, pero no lo hacían notar, especialmente Toro, que se quedó con la vista fija en el vacío poblando su sonrisa de dientes blancos, en claro contraste con su piel cobriza. Internamente planeaba una estrategia para investigar a la maestra y volar a encontrarse con su amigo Alperovich. Ya tendría tiempo, pensó. Salieron hacia la avenida Independencia y caminaron en dirección a la Jujuy. Cuando vieron que el remise que llevaba a la señorita Rosaura, se volvieron con la intención de examinar los cadáveres hallados en Santa Lucía.

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