5.8.09

Capítulo 15: La metamorfosis




El entrenamiento en Santa Lucía era intenso, y el fláccido cuerpo de Gatita se convirtió en una semana en la firme figura del púgil Nacho “Manodura” Estrada. Bajó 9 kilos, logró que ningún decanito lo volteara y mandó a comprar un par de guantes nuevos, pues los que le había asignado Servando apestaban peor que el aliento de Cirilo Pausa, que hablaba bajito y lo obligaba a acercársele tumbándolo con el olor a burro de su boca. Pero aguantar el mal aliento de Cirilo era beneficioso pues le servía para pulir su pobre técnica aprendida en combates carcelarios, donde valía todo y los puñetazos en la ingle eran tan legales como los puntazos por la espalda. Almorzaban y cenaban copiosamente, pues Servando era además un gran cocinero, reconocido por sus servicios de catering en restaurantes de 5 tenedores, y porque la actividad física y el calor le habían hecho perder muchos kilos lo que hacía que la máxima categoría les quedara lejos. “Tenés que recuperar el peso, Nacho, así que comé bien, chango, y andate a dormir temprano sin café, alcohol ni fuqui-fuqui con la patrona”, recomendaba Ortiz, pero la sensación de saciedad lo ponían al borde de la bulimia, y quería irse a la cama sin mochilas que le impidan satisfacer las ansias de su cautiva.
Las noticias, además eran buenas: sus compinches ya estaban gozando de la libertad en Viña del Mar, aunque Venancio tuvo que ser internado una noche por pasarse con el sol y las cervezas, decía que no paraba de escuchar un zumbido y el dolor de nuca lo estaba matando. “Tiene la mosca”, sentenció Gatita, “decile que ya se le va a pasar, les pasa a muchos cuando dejan esas porquerías de anfetas tumberas, una solución muy buena para eso es meterle la cabeza en una cacerola y pegarle un cucharonazo bien fuerte, el eco lo va a dejar escuchando teléfono ocupado un rato pero la mosca no vuelve” y la recomendación para el Chuña Acosta era palabra santa, por lo que luego de cortar llevo al Vena hasta la cocina del hotel para hacerle la cura.
No volvió a comunicarse con Amado Ferreyra, y tenía sus razones, pues el último contacto había sido un contrapunto muy reñido y estaba dispuesto a escaparse con su madre, para lo que necesitaba el dinero del rescate, poniéndose él mismo ante un dilema. Aunque tenía además la promesa de alzarse con 30 mil dólares de la pelea con Pucheta, a quien deseaba ganarle el 13 de mayo, no era plata suficiente para pagar todos los gastos que le estaba ocasionando el secuestro de la mujer. Sabía que en el mismo momento en que Amanda se supiese viuda aflorarían rencores y remordimientos hacia su persona, por lo que internamente había decidido no liberarla. Quizás, cuando estuvieran en algún lugar lejano le permitiría hablar con su hijo para que le explicara las razones de su partida. Todavía estaba todo muy confuso, no quería entretenerse en otra cosa que no fuera el pago a la Chancha Ale de los 5 mil dólares adelantados por hacerse pasar por un boxeador mejicano en decadencia.

Amado Ferreyra había pedido licencia y se la concedieron con la condición que dejara la provincia, el arma y el teléfono celular. La Brigada, y sobre todo su padrino el subcomisario Gómez, no lo quería interfiriendo con la investigación del secuestro de su madre. Pero los que lo conocían sabían que esas eran sus intenciones. “Vos estás escondiendo algo, Amadito, has recibido una llamada nueva y no me lo has dicho, confía en mí carajo, si soy como tu padre...”, le rogaba Gómez.
–Lo único que sé Padrino, es que este hijo ´e puta se está encamando con mi vieja, por eso no llama, no nos da otra prueba de vida ni le interesa la guita, tiene miedo que Mamá se entere que el viejo esta muerto.
–Entonces...
–Entonces no la vamos a ver más, Padrino. Usted no pague un mango, porque esta rata va a llamar cuando ande sin un cobre. Hágase pasar por mí, péguele una buena puteada para que no sospeche y tiéndale una trampa...
–Hablando de trampas, no me contestaste nada acerca de la pintada en la pared– Amado hizo una mueca como no entendiendo de lo que le estaba hablando –¡La foto que te mandé con Ramírez...!
–¡Ah!, no sé que carajo puede ser, Ramírez hablaba un montón de boludeces, de ovnis y de otras giladas. Pero para mí, esa es una inscripción carcelaria...
–Tenés razón, debe ser un código de presos...
Amado le dejó el celular y la reglamentaria a su padrino quien le labró el acta correspondiente y antes de hacerlo firmar le preguntó hacia dónde iría:
–Me voy de putas a Las Termas, cualquier cosa buscame en el Hotel Dunas, pero te aseguro que a mi vieja no la vemos más.

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